viernes, 25 de abril de 2014

ELENA PONIATOWSKA

¡Qué magnífico el discurso de Elena Poniatowska al recibir el Premio Cervantes!
Aquí dejo este fragmento:

Ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a una Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan.
Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, “ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas”.
Por todas estas razones, el premio resulta más sorprendente y por lo tanto es más grande la razón para agradecerlo.
El poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos.

jueves, 24 de abril de 2014

TEMA 12. LA NOVELA ESPAÑOLA DE 1975 A FINES DE SIGLO XX. AUTORES, TENDENCIAS Y OBRAS PRINCIPALES.

A la muerte de Franco (20 de noviembre de 1975), se restaura la monarquía con Juan Carlos I y se promulga la Constitución y el Estado de las Autonomías en 1978. La mejora y consolidación del estado del bienestar ayuda a la estabilización del país. La desaparición de la censura y el ambiente de libertad en el que comenzó a desarrollarse la cultura española permitió un mejor conocimiento de la literatura española en Europa y de la literatura occidental en España, así como la recuperación de la obra de los escritores exiliados.
La publicación en 1975 de La verdad sobre el caso Savolta[1], de Eduardo Mendoza, significa el nuevo giro de la narrativa española, que vuelve al "placer de contar". A pesar de que incorpora elementos formales que permiten entroncarla con la novela experimental, revela una vuelta al realismo, al interés por la trama argumental, al viejo placer de contar historias, rasgo que se convertirá en el principal nexo de unión de las diversas modalidades de relato en esta etapa:
Se simplifican las estructuras narrativas, que eliminan la complejidad textual anterior; se recupera el argumento, la trama y los personajes, contándose una historia cerrada y continua; se utilizan las personas narrativas tradicionales (primera y tercera)... Se trata de una narrativa que se dirige a un lector medio que prefiere el entretenimiento a la complejidad narrativa.
En los últimos veinte años ha crecido espectacularmente el número de publicaciones a causa de la gran cantidad de premios literarios que existen actualmente y del boom editorial (se publican unos 75.000 títulos cada año, de los cuales constituyen novedades unos 10.000). De hecho, el mercado impone su peso a la literatura, de manera que se comienza a publicar con la finalidad de vender una gran cantidad de obras de escaso valor literario. El término inglés best seller se asienta entre nuestros autores y cabe hablar de una novela comercial de fácil lectura y rápido olvido, como suelen ser las novelas históricas, románticas, policiacas o las novelas fantásticas orientadas al público juvenil.
Además de esa vuelta al interés por la historia contada y de la enorme proliferación de títulos, otras características de esta época son el incremento del número de escritoras (Almudena Grandes -El corazón helado, 2007-, Dulce Chacón, Elvira Lindo, Rosa Montero, Lucía Etxebarría...), la vinculación entre la labor literaria y la periodística (son frecuentes las colaboraciones en prensa de los más destacados narradores y cabe citar, en este sentido, los articuentos de Juan José Millás) o el gusto creciente por el relato corto (y, en los últimos años, incluso del microrrelato).
Otros aspectos significativos de la novela española en los últimos treinta años son el individualismo (cada autor emprende un camino personal con la pretensión de diferenciarse al máximo de sus contemporáneos, lo cual puede hablar de desorientación estética) y el eclecticismo: los autores se acogen prácticamente a todas las tendencias, modalidades, discursos, temas, experiencias y preocupaciones personales.
Por eso y porque hace falta un poco más de perspectiva para analizar el panorama actual, es difícil clasificar la novela actual en distintas tendencias. Podemos, eso sí, observar que en las últimas décadas del siglo XX conviven autores de distintas generaciones anteriores: novelistas de la posguerra inmediata (Cela, Delibes, Torrente Ballester), algunos novelistas de la "Generación del 50" (Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute...), autores posteriores como Juan Marsé o Manuel Vázquez Montalbán, además de nuevos escritores dados a conocer después del franquismo, como Julio Llamazares, Javier Marías, Luis Mateo Díez, Antonio Muñoz Molina, Luis Landero, etc.
Perduran las novelas herederas del experimentalismo, novelas minoritarias y culturalistas, herméticas y experimentales, como Escuela de mandarines (1974), de Miguel Espinosa, la tetralogía Antagonía (1973-1981) de Luis Goytisolo o Larva (1983), de Julián Ríos. Al margen de esto, podemos identificar ciertas tendencias temáticas:
Metanovela: el narrador reflexiona sobre los aspectos teóricos de la novela que suele trasladar a la ficción como motivo del relato. Algunos ejemplos: La orilla oscura (1985), de José Mª Merino; El desorden de tu nombre (1987), de Juan José Millás; o El vano ayer (2004), de Isaac Rosa.
Novela lírica: el valor esencial es la introspección, así como calidad técnica con que está escrita, la búsqueda de la perfección formal. Centra su interés en un mundo más sugerente que concreto, con personaje-símbolo y una mayor tendencia al lenguaje poético. Mortal y rosa (1975), de Francisco Umbral; La lluvia amarilla (1988), de Julio Llamazares; o El lápiz del carpintero (1998), de Manuel Rivas.
Novela histórica: se trata de un tipo de novela de gran precisión histórica que obliga al novelista a documentarse sobre el período, acontecimientos y personajes sobre los que pretende novelar. Pueden servirnos de ejemplos El oro de los sueños (1986), de José María Merino; La vieja sirena (1990), de José Luis Sampedro; la saga de las novelas de Pérez-Reverte, El capitán Alatriste (1996); Tierra firme (2007), de Matilde Asensi... Dentro de esta tendencia cabe citar aquella que se ocupa de la reconstrucción de la historia de la Guerra Civil. Se trata de obras como Luna de lobos (1985), de Julio Llamazares; Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas; La voz dormida (2002), de Dulce Chacón; Las trece rosas (2003), de Jesús Ferrero; Los girasoles ciegos (2004) de Alberto Méndez...
Novela policíaca y de intriga: mezcla esquemas policíacos con aspectos políticos e históricos. La serie de novelas sobre el detective Carvalho (que sirve como crónica sociopolítica, mordaz e irónica de la transición democrática) o Galíndez (1990) convierten a Manuel Vázquez Montalbán en el escritor más representativo; aunque no es el único, ya que de algunos elementos de este género también se han servido Eduardo Mendoza (La ciudad de los prodigios, 1986), Arturo Pérez-Reverte (La tabla de Flandes, 1990), Antonio Muñoz Molina (Plenilunio, 1997) o Carlos Ruiz Zafón (La sombra del viento, 2001).
Novela de la memoria y del testimonio: de enfoque realista, la memoria de una generación y el compromiso son los temas básicos de esta corriente, que abarca también el mundo onírico, irracional o absurdo. En esta línea cabría mencionar el realismo carnavalesco de Luis Mateo Díez (La fuente de la edad, 1986), el realismo imaginario de Luis Landero (Juegos de la edad tardía, 1989), así como la decidida defensa de la condición femenina de Rosa Montero en Te trataré como a una reina (1981), la revisión crítica de los desajustes sociales de nuestro tiempo de Rafael Chirbes (Crematorio, 2007) o la revisión caleidoscópica de la Transición de El día de mañana (2011), de Ignacio Martínez de Pisón.
Novela de pensamiento: cercana al ensayo, se trata de un tipo de narrativa en la que se difuminan las fronteras entre la novela y el ensayo, pues da cauce a múltiples digresiones sobre las preocupaciones del autor, en un tono cercano a veces a lo autobiográfico. Un ejemplo de ello es Sefarad (2001), de Antonio Muñoz Molina, o muchas de las obras de Javier Marías (Todas las almas (1989), Negra espalda del tiempo (1998), Tu rostro mañana, 2009).
Novela neorrealista o de la generación X: otra tendencia en la novela de los autores más jóvenes es la de hacer una novela que trata los problemas de la juventud urbana (sus salidas nocturnas en las grandes ciudades, el uso y abuso de drogas, del sexo, del alcohol y de la música rock...), con una estética muy cercana a la contracultura: Héroes (1993), de Ray Loriga; Historias del Kronen (1994), de José Ángel Mañas; Sexo, prozac y dudas (1997), de Lucía Etxebarría; o Deseo de ser punk (2009), de Belén Gopegui).
Entre los novelistas de este período sobresalen, por la coherencia de su trayectoria y el reconocimiento crítico, tres autores: Eduardo Mendoza, Javier Marías y Antonio Muñoz Molina:
EDUARDO MENDOZA (Barcelona, 1943) publicó en 1975 La verdad sobre el caso Savolta, título que, en buena medida, puede considerarse el punto de partida de la narrativa actual. En obras posteriores, Mendoza ha mostrado su excepcional capacidad paródica: El misterio de la cripta embrujada (1978), El laberinto de las aceitunas (1982) y Sin noticias de Gurb (1992) actualizan y subvierten de forma hilarante los tópicos de tres géneros consagrados: la novela de misterio, la novela negra o policíaca y la novela de ciencia ficción. La ciudad de los prodigios (1986) es la más ambiciosa de sus obras y probablemente la más lograda; en ella se recrea la evolución histórica y social de la ciudad de Barcelona en el período comprendido entre las exposiciones universales de 1888 y 1929, tomando como hilo conductor la progresión en la escala social del protagonista. Más recientemente ha publicado La aventura del tocador de señoras (2001), El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) o El enredo de la bolsa y la vida (2012).
La obra de JAVIER MARÍAS (Madrid, 1951) constituye una de las apuestas más originales de las últimas décadas. Las novelas y cuentos de este autor se distinguen por la presencia de una serie de temas obsesivos, como el misterio de la identidad personal y la reflexión sobre el tiempo. Su estilo, muy elaborado, posee una rara capacidad envolvente, que difumina y transforma la realidad. Entre sus obras destacan Todas las almas (1989), Corazón tan blanco (1992) y Mañana en la batalla piensa en mí (1994). El tiempo y la identidad personal son temas que aparecen con fuerza en sus últimas novelas, como en Negra espalda del tiempo (1998), juego entre la realidad y la ficción literaria, o en la más reciente trilogía titulada Tu rostro mañana, su obra más ambiciosa. Se trata del autor con más proyección internacional: sus obras han sido traducidas a 40 idiomas y publicadas en 50 países.
En la narrativa de ANTONIO MUÑOZ MOLINA (Úbeda, 1956) se conjugan de forma armónica el rigor en la construcción del relato y la preocupación por elaborar un argumento atractivo para el lector. Destaca asimismo la calidad de la prosa, intensa, que se desarrolla en períodos amplios, de ritmo muy cuidado. Sobresalen entre sus obras El invierno en Lisboa (1987), una magnífica novela de intriga; El jinete polaco (1991), evocación autobiográfica que juega hábilmente con los tiempos del relato; y Plenilunio (1997), acertado intento de remozar el género policiaco. Sefarad (2001) huye del argumento tradicional y desarrolla en clave de literatura personajes y situaciones históricas. Su última novela, La noche de los tiempos (2009), es una historia que bucea en los orígenes de la guerra civil española y posiblemente se trate de una de las mejores obras de la década.
 


[1] La novela se desarrolla en la Barcelona de 1917-1918, en la cual Javier Miranda – el protagonista – se ve envuelto en la muerte del industrial Savolta. Mendoza utiliza tres puntos de vista diferentes: el del protagonista (1ª persona), el narrador omnisciente, y los documentos del juicio.



TEMA 11. LA NOVELA Y EL CUENTO HISPANOAMERICANOS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX.

TEMA 11. LA NOVELA Y EL CUENTO HISPANOAMERICANOS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX.

            A pesar de que el tema se ciñe exclusivamente a la narrativa de la segunda mitad del siglo XX, haremos un sucinto resumen de la narrativa anterior, que engloba las siguientes tendencias o movimientos:

            1. Prosa modernista.
            A principios de siglo se observa en la narrativa una huella del Modernismo que se irá abandonando poco a poco debido al paulatino rechazo del cosmopolitismo y a la búsqueda de lo peculiar americano y la sencillez estilística. El género predilecto será el cuento. Los autores más famosos de este tipo de relatos son Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Enrique Larreta.
            La salida del Modernismo de la narrativa hispanoamericana se produce de modo paulatino y conduce a la novela de la tierra.

            2. Novela de la tierra.
            La búsqueda de la esencia de lo americano en el floklore y las costumbres tradicionales da lugar a un tipo de relatos centrados en las peculiaridades de las diferentes regiones americanas, por lo que muchas veces se habla de novela regionalista. El tema predilecto es el intento del hombre de dominar la Naturaleza implacable, que con frecuencia acaba derrotándolo. Las tres grandes novelas de la tierra son La vorágine, de José Eustasio Rivera, Don Segundo Sombra, de Ricardo Güirales, y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos. 

            3. Novela social.
            Las convulsiones sociales de los años diez y veinte dan lugar a una narrativa de carácter social que, o bien se centra en hechos históricos concretos, como la novela de la Revolución mexicana, o bien denuncia la marginación de los indios en la sociedad criolla poscolonial, como es el caso de la novela indigenista.
            La novela de la Revolución mexicana al principio tienen un propósito testimonial y después nos dará la interpretación de una época histórica que supuso la constitución nacional y social del México moderno. La obra pionera fue Los de abajo, de Mariano Azuela,   aunque se prolonga hasta los años 50 en la obra de Juan Rulfo y más tarde en novelas de Carlos Fuentes y otros escritores.
            Las novelas proletarias, escritas y publicadas en los años 20 y 30, tienen un propósito social explícito  dentro de una orientación socialista y comunista en diferentes países hispanoamericanos, aunque es en Perú donde más se alienta la literatura proletaria. Destaca El tungsteno de César Vallejo.
            Las novelas indigenistas denuncian las pésimas condiciones de los indios (Jorge Icaza, Huasipungo) o de los negros (Alejo Carpentier, ¡Ecué-Yamba-Ó!).

            4. LA NOVELA HISPANOAMERICANA DEL MEDIO SIGLO: LA RENOVACIÓN NARRATIVA.
            A partir de los años 40 se produce un enriquecimiento y una renovación de la narrativa debido, entre otras causas, a la asimilación técnica de los grandes novelistas europeos y norteamericanos de la primera mitad del siglo XX, a la influencia de las vanguardias, principalmente el Surrealismo, y a las transformaciones sociales: crecimiento de las ciudades y alejamiento del mundo rural poscolonial del siglo XIX.
            Entre 1940 y 1960 conviven en novelas y cuentos diferentes tendencias.

            4.1. Narrativa metafísica. 
            A pesar de las diferencias entre ellos, dos autores muestran su preocupación por los problemas trascendentes: Jorge Luis Borges y José Lezana Lima.
            Jorge Luis Borges alcanzó renombre con una serie de cuentos o relatos cortos que reunió en diferentes volúmenes, como El Aleph, en los que da entrada a elementos fantásticos que cuestionan la estética realista y la realidad misma, de ahí el uso frecuente de mitos clásicos, referencias literarias o símbolos. El libro o la biblioteca son metáforas del mundo, por ello la propia literatura se convierte en tema narrativo y objeto de especulación filosófica. El autor está convencido de que no es posible un verdadero conocimiento de las cosas, por ello son temas recurrentes el laberinto, el destino incierto o la muerte, aunque huyó el tono patético y prefirió la exposición irónica y burlesca por influencia de la Vanguardia.
            José Lezama Lima alcanzó notoriedad con su novela Paradiso (1966), una especie de extensa autobiografía en la que, con un lengua extraordinariamente barroco, nos da su particular visión del mundo.

            4.2. Narrativa existencial.
            Las preocupaciones existenciales propias de la cultura occidental se acentúan en los años 40 y en los 50 tras la Segunda Guerra Mundial. Tuvieron gran repercusión en la literatura Hispanoamérica y en la narrativa cuentan con dos grandes nombres:
            Juan Carlos Onetti nos ofrece en sus cuentos y novelas una concepción pesimista de la existencia y unos personajes desorientados en un mundo gris que les conduce a la frustración y a la soledad. Recurre a procedimientos de la novela contemporánea, principalmente a Faulkner: ruptura de la linealidad temporal o cambio del punto de vista. Entre sus obras: El pozo, La vida breve, Los adioses.  
            Ernesto Sábato, influenciado por el existencialismo y el psicoanálisis, rechaza el positivismo científico (la bomba atómica). Indaga en el espíritu humano y cree que la novela puede contribuir a desvelar la desesperanza del hombre, para así reconciliarlo con el mundo y con su propia vida. Entre sus obras: El túnel, Sobre héroes y tumbas, Ababdón el exterminador.

            4.2. Realismo mágico, lo real maravilloso, realismo fantástico.
            La novela de la segunda mitad del siglo rompe con el realismo tradicional pero mantiene una trama verosímil, aunque introduce elementos fantásticos y míticos. Según Alejo Carpentier la realidad americana (exuberante naturaleza, pueblos indígenas o negros de origen africano) no puede ser racionalizada por una mentalidad occidental. Se busca una identidad propia diferente al pasado colonial y se identifican con una realidad mágica diferente a la exhausta realidad europea, que de alguna forma se revela como el paraíso perdido de los occidentales. Se ofrece una visión de lo mítico y ancestral americano no como evasión, sino como una faceta más de su realidad. Los mitos, aceptados por la colectividad, operan en la vida cotidiana. Esta concepción maravillosa de América ya estaba en las crónicas de los conquistadores españoles, que  miraron maravillados el insólito mundo al que llegaron.   
            Miguel Ángel Asturias combina en sus obras la América maravillosa, la denuncia social y las formas literarias vanguardistas. Entre su obras: Leyendas de Guatemala, El Señor Presidente (novela de dictador) y Hombres de maíz (inserta el realismo mágico).
            Alejo Carpentier expone en el prólogo de su novela El reino de este mundo su idea de lo real maravilloso, de la que es ejemplo la propia novela. En Los pasos perdidos contrapone la civilización contemporánea al mundo primitivo americano, que aparece como paraíso perdido. También escribió una novela de dictador, El recurso del método, y una novela histórica, El siglo de las luces, y cuentos y relatos cortos. Su novela más ambiciosa es La consagración de la primavera.
            Julio Cortázar es, sin duda, el gran renovador de la  narrativa hispanoamericana. Incorpora en su obra el elemento maravilloso, pero la influencia de la cultura francesa hizo que considerara que el elemento telúrico y la vuelta a los orígenes de cierta literatura latinoamericana eran artística e ideológicamente negativos. Su realismo fantástico es deudor de la vanguardia, principalmente del Surrealismo, y de la propia tradición americana. El realismo en su obra consiste en relatar de forma objetiva lo anómalo y lo fantástico, de tal forma que lo insólito resulte creíble, con lo que cuestiona los pilares de una sociedad erigida sobre la fe absoluta en la razón. Ello se advierte en sus cuentos, recogidos en diferentes volúmenes: Bestiario, Final de juego, Las armas secretas o Historias de cronopios y famas. Su novela más famosa, Rayuela, muestra innovaciones técnicas fundamentales como el collage narrativo, metáfora literaria de la fragmentación del mundo. Estas innovaciones también aparecerán en El libro de Manuel, que además hace patente su compromiso social.
            Augusto Roa Bastos tomará como punto de partida de sus obras Paraguay y la cultura guaraní, que trascienden el localismo y se convierten en una meditación social, política, estética y metafísica. Entre sus obras: Hijo de hombre, Guerra del Chaco y Yo el Supremo, una novela de dictador y la más importante de su producción.
            Juan Rulfo representa con su breve obra la culminación de la novela de la Revolución mexicana. El llano en llamas es un libro de dieciséis cuentos con los que supera el realismo tradicional incorporando técnicas novedosas como el monólogo interior o la ruptura de la linealidad temporal. Nos muestra un mundo cerrado y hostil (Jalisco) que da lugar a una honda meditación sobre temas universales como la soledad, la violencia y el dolor. Su obra maestra es una novela corta, Pedro Páramo, con la que da un giro al realismo mágico: lo real no es menos mágico, lo fantástico no puede diferenciarse de lo cotidiano, pero la América mítica y ancestral (el México heredado de la cultura azteca y su culto a la muerte) no es paradisíaca sino infernal. También escribió algunos guiones cinematográficos.

            4.4. Novela hispanoamericana desde 1960.
            A partir de los años 60 hay una difusión internacional de la novela hispanoamericana, por lo que se habló de boom de la novela y de nueva novela hispanoamericana, aunque la renovación partía de autores de décadas anteriores (Borges, Onetti, Carpentier, Cortázar), algunos de los cuales habían marchado al exilio y tuvieron acceso al mundo editorial europeo. Influyeron en la literatura mundial, principalmente en la española, cuyo papel fue decisivo para la renovación de la novela.
            Los autores que habían publicado tiempo atrás escriben sus obras más características: Rayuela, El siglo de las luces… Junto a ellos, aparecen nuevos novelistas que incorporan en sus obras innovaciones técnicas de la literatura universal del siglo XX, la tradición narrativa hispanoamericana anterior y son deudores de la novela española clásica, especialmente Cervantes, lo libros de caballerías y los autores clásicos barrocos.
            G. García Márquez (Colombia) Desde los años 50 compagina  su labor periodística con la escritura de cuentos y novelas cortas, como La hojarasca, en la que funde lo real con lo imaginario y aparece ya Macondo, ese lugar imaginario que volverá a surgir en otros relatos como El coronel no tienen quien le escriba o Mala hora, y que se ha interpretado como símbolo de América Latina. El ambiente, los personajes, los temas y la técnica de estos primeros libros se reúnen en Cien años de soledad, novela que se centra en los temas del tiempo y la soledad, producto del ensimismamiento, la incomunicación y la falta de amor. La técnica de la novela se basa en la metamorfosis de lo común en algo extraordinario o al revés con total naturalidad. Otras novelas: El otoño del patriarca (novela de dictador), Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera. 
            Carlos Fuentes (México) es heredero de la novela de la Revolución mexicana. El tema principal de su obra es la identidad mexicana, pero como escritor cosmopolita nos ofrece una visión distanciada y crítica de México y de América Latina. En su novela La región más transparente experimenta con nuevas técnicas narrativas, pero será La muerte de Artemio Cruz el hito en la renovación novelística. Otras novelas: Zona sagrada, Cambio de piel.
            Mario Vargas Llosa (Perú). Su obra La ciudad y los perros es la novela inaugural del boom. No incorpora en sus obras elementos fantásticos o maravillosos y se caracteriza por su gran capacidad de fabulación, el virtuosismo narrativo, la inclusión de elementos autobiográficos y el realismo crítico en obras como La casa verde o Pantaleón y las visitadoras. En La guerra del fin del mundo abandona sus simpatías izquierdistas de los años 60 y desconfía de las ideologías progresistas, tono antirrevolucionario que se acentuará en La fiesta del chivo o Historia de Mayta.

No hay espacio ni tiempo para abarcar toda la narrativa hispanoamericana de los últimos 60 años, pero hay que mencionar nombres imprescindibles como Mario Benedetti, Álvaro Mutis, Roberto Bolaño o Cabrera Infante.


TEMA 8: LA NOVELA DESDE 1939 A 1975. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.

TEMA 8: LA NOVELA DESDE 1939 A 1975. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.

DÉCADA DE LOS CUARENTA: LA NOVELA EXISTENCIAL.
Los años cuarenta fueron la década más dura de la posguerra y coinciden con la Segunda Guerra Mundial, en la que España se mantuvo neutral. Es un período de fuerte censura, en el que se prohibió el derecho de reunión y asociación sin autorización del gobierno y el uso de cualquier lengua que no fuera el castellano en educación y en la Administración.
La vida cultural sufre un paréntesis tras la guerra debido a la censura implacable que impedía la recepción general del pensamiento extranjero y que encorsetó la evolución del propio. Se promueve en este ambiente otro tipo de “cultura” basada en las novelas rosas, los tebeos y las canciones populares
El ambiente de desorientación cultural de comienzos de la posguerra es muy acusado en el campo de la novela. Se ha roto con la tradición inmediata: quedan prohibidas las novelas sociales de preguerra y las obras de los exiliados, así como la de aquellos autores extranjeros contrarios al régimen. Además, la novela deshumanizada no podía servir de modelo, ni resultan imitables modelos como Miró, Pérez de Ayala o Ramón Gómez de la Serna. Retrocediendo un poco más, sólo la obra de Baroja parece servir de ejemplo para ciertos narradores de la llamada “Generación del 36” (o de la guerra). Junto al desolado realismo barojiano, se cultivaron otras líneas: la novela psicológica, la poética y simbólica... Es una época de búsqueda, de tanteos muy diversos.
Como continuadores del realismo tradicional tenemos la obra de Ignacio Agustí (Mariona Rebull), la de Zunzunegui (La vida como es y¡Ay... estos hijos!) y la de J.Mª Gironella que elaboró una trilogía sobre la guerra y la posguerra.
Sin embargo, es la novela existencial la más destacada en este período, de ahí que los grandes temas sean la soledad, la muerte, la frustración, la incertidumbre de la existencia y la dificultad de comunicación entre los hombres. Abundan los personajes marginales y desarraigados (como Pascual Duarte) o desorientados y angustiados (como Andrea), lo que revela sin duda el malestar del momento, malestar que en último término es social y que se trasluce en esas pinturas grises, cuando no sombrías. Pero la censura hace imposible cualquier intento de denuncia y limita los alcances del testimonio. Por eso no se puede hablar aún de novela social, ya que lo que caracteriza a la novela de los años cuarenta es la trasposición del malestar social a la esfera de lo personal, de lo existencial. Si en esta década las novelas nos muestran personajes puestos a prueba en situaciones extremas, durante la década de los cincuenta se centrarán en el conflicto de la colectividad hasta que ya en los sesenta se tenderá hacia la novela psicológica mediante la exploración de la conciencia humana y de su entorno social.
Dos son las fechas que se señalan como momento de un nuevo arranque del género que renueva la técnica tradicional de la novela realista:1942, con La familia de Pascual Duarte de Cela, y 1945, con Nada, de Carmen Laforet. Entre esos años o poco después se revelan autores como Torrente Ballester, Gironella, Delibes...
La familia de Pascual Duarte, con su agria visión de la realidad, inaugura una corriente que se llamó “tremendismo” y que consistía en una selección de los aspectos más duros y sórdidos de la vida (situaciones repulsivas y espeluznantes, prostitutas, tarados y criminales). La novela es una confesión y una justificación que un condenado a muerte hace de sus crímenes desde la cárcel. Otras novelas destacables de Cela en la década de los cuarenta: Pabellón de reposo, Nuevas andanzas y desventuras del Lazarillo de Tormes o Viaje a la Alcarria.
Carmen Laforet consigue con Nada en 1945 el Premio Nadal. Narrado en primera persona y verosímilmente autobiográfico, esta novela era una implícita denuncia de la sordidez y la miseria ─física y moral─ de la burguesía barcelonesa tras el trauma bélico. A través de Andrea, la protagonista, que viaja a Barcelona cargada de esperanzas para estudiar en la universidad, nos muestra la parcela irrespirable de la realidad cotidiana del momento, recogida con un estilo desnudo y un tono desesperadamente triste.
De tristezas y de frustración hablaba también Delibes en su primera novela, La sombra del ciprés es alargada (1947), aunque con el contrapeso de una honda religiosidad. Es una novela de temática existencial por el pesimismo con que trata personajes y circunstancias.
Empieza también a destacar por estos años Torrente Ballester, aunque al margen de la literatura existencial: su obra, que experimenta una gran evolución, es difícilmente clasificable. En estos años destacan títulos como Javier Mariño y El golpe de estado de Guadalupe Limón.

LA DÉCADA DE LOS CINCUENTA: EL REALISMO SOCIAL.
Durante los años cincuenta España experimenta una etapa de apertura al exterior: se permite cierto pluralismo interno, se suavizan las relaciones diplomáticas con las potencias occidentales, se permite la entrada en la ONU a España en 1955 y se da un cambio en la política económica que favorece el crecimiento de la renta nacional. Una activa clase media de profesionales, comerciantes y funcionarios desarrollaron poco a poco la economía del país. La marcha a Europa de una enorme masa de trabajadores produjo envíos de dinero que, unidos al incremento paulatino del turismo en nuestro país, harían posible el progreso que se daría durante los años sesenta.
En esta década conviven dos generaciones de escritores: por un lado, los que forman la llamada Generación del 36 (Cela, Torrente Ballester y Miguel Delibes), y otro, aquellos autores nacidos entre 1925 y 1935 que se conocen como “Generación de medio siglo” (Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Juan Goytisolo o Ignacio Aldecoa).
La angustia existencial de los años cuarenta da paso a las inquietudes sociales: la novela social será la corriente dominante entre 1951 y 1962 (fecha en que se publica Tiempos de silencio de Luis Martín Santos).
Será La colmena, de Cela, la que inaugure el realismo social en la novela en 1951 con su despiadada visión de la sociedad madrileña a través de un narrador en tercera persona que actúa como mero testigo de aquello que cuenta. Es una obra de protagonista colectivo en la que aparecen unos 300 personajes, entre los que se puede destacar a Martín Marco. Aparecen representadas todas las clases sociales de ese Madrid de 1942 en el que se centra la obra: el señorito vividor, el pedantón, el impresor adinerado, el guardia, el prestamista, el poeta joven, los músicos miserables, el poeta joven y ridículo...; las beatas, las prostitutas del más variado nivel, las dueñas de las casas de citas, las alcahuetas, la niña vendida a un viejo verde... Se trata, en general, de seres mediocres y, a menudo, de baja talla moral. Pocos se salvan de la vulgaridad, abundan los despreciables (especialmente entre los acomodados), aunque también hay figuras conmovedoras apaleadas por la vida, a veces con una pizca de nobleza. El diálogo ocupa un puesto eminente en la caracterización de los personajes. El ambiente es sobre todo humano: la suma y las relaciones de estos personajes a lo largo de tres días del año 1942.
Otra obra representativa de 1951 es La noria, de Luis Romero, también de protagonista colectivo pero con Barcelona como marco. Y hay que añadir además dos novelas también iniciadoras de Delibes: El camino (1950), que muestra el paso del mundo infantil al adulto, y Mi idolatrado hijo Sisí (1953). Ambas muestran con ojos críticos parcelas concretas de la realidad española: un pueblo castellano y una familia burguesa.
Se llama el año inaugural de la novela social en el sentido más estricto a 1954, momento en que se dan a conocer los autores de laGeneración de medio siglo (Igancio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana Mª Matute, Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Caballero Bonald...). Entre ellos hay evidentes rasgos comunes, fundamentalmente la solidaridad con los humildes y los oprimidos, la disconformidad ante la sociedad española, el anhelo de cambios sociales.
Desde el punto de vista de la temática, la sociedad española y sus problemas se convierte en tema principal y deja de ser un puro marco. La influencia de J.P. Sartre es importante.
Las novelas que muestran la aludida solidaridad con los humildes se centrarán en tres temas fundamentales: la dura vida del campo, las relaciones laborales o las novelas de tema urbano en las que predominan las que presentan ese mundo fronterizo a la ciudad que es el suburbio, con toda su miseria. En el extremo opuesto se hallan las novelas de la burguesía, en las que la juventud desocupada y abúlica pasa a primer plano.
En cuanto a la técnica y estilo, el contenido tiene toda la prioridad y a él se subordinan las técnicas elegidas: se antepone la eficacia de las formas a su belleza y se rechaza la pura experimentación y el virtuosismo. La estructura del relato suele ser aparentemente sencilla. Se prefiere la narración lineal y la sencillez y concisión se perciben asimismo en las descripciones, que no son muy abundantes y que tienen un papel predominantemente funcional (presentación de ambientes). Sin embargo, bajo esa aparente sencillez hay un esfuerzo considerable en la construcción al concentrar la acción en un breve espacio de tiempo (El Jarama o Duelo en el paraíso tienen una duración de un día).
Clara preferencia por el personaje colectivo (siguiendo los pasos de Dos Passos y Sartre), de las que fueron pioneras La colmena y La noria. Junto a éste, también es propia de la novela social la presencia del personaje representativo, tomado como síntesis de una clase o de un grupo, más que como individuo dotado de psicología singular.
El diálogo es imprescindible y se aprecia además un empeño en los autores por recoger el habla viva, ya sea de los campesinos, obreros o señoritos burgueses. El lenguaje adopta normalmente el estilo de la crónica, desnudo, directo.
En lo concerniente a la orientación estética, dentro del realismo dominante pueden señalarse dos actitudes o enfoques:
a. El objetivismo.
Se propone un testimonio escueto de la sociedad sin aparente intervención del autor. Su manifestación extrema fue el conductismo, procedente del behaviorism americano (behaviour=conducta) y que consiste en limitarse a registrar la pura conducta externa de individuos o grupos, y a recoger sus palabras, sin comentarios ni interpretaciones, aunque en la práctica es difícil establecer la frontera entre el objetivismo y el realismo crítico.
La novela más representativa de esta tendencia fue El Jarama (1956) de Sánchez Ferlosio, novela sobre el tedio que invade una sociedad gris y sin aliento. Otras obras y autores destacables de esta corriente: Ignacio Aldecoa con El fulgor y la sangre y Con el viento solano; Jesús Fernández Santos con Los bravos y Carmen Martín Gaite con Entre visillos.

b. El realismo crítico.
Los novelistas no aceptan la realidad que ven a su alrededor, de ahí que la disconformidad y la rebeldía sean sus rasgos más característicos. Hay que explicar la realidad (no sólo mostrarla) poniendo de relieve sus mecanismos profundos y denunciándolos. El autor, por ello, toma partido, valora las circunstancias y utiliza la novela como vehículo de denuncia social. Destacan dentro de esta corriente Juan Goytisolo conDuelo en el paraíso, la trilogía El mañana efímero o Fin de fiesta, centradas en la hipocresía y el egoísmo de la burguesía, o Luis Goytisolo con Las afueras. Otros: Juan García Hortelano con Nuevas amistades, Caballero Bonald o Jesús López Pacheco.
Ana María Matute, aunque con reflejos y de intención social, constituye en sí misma un nuevo género por la refinada prosa poética y su poderosa imaginación: el realismo lírico, bajo cuya denominación se agrupan títulos como Los Abel, Fiesta al Noroeste, Pequeño teatro oLos hijos muertos.

LA DÉCADA DE LOS SESENTA: LA NOVELA EXPERIMENTAL.
Durante la década de los sesenta se produjo un importantísimo crecimiento económico que poco a poco fue modificando la sociedad española. El gobierno se siente tan fuerte que amplía su nivel de tolerancia respecto a las libertades y a las manifestaciones de la oposición. Los principales motores del crecimiento económico y de la paulatina modernización del país fueron el turismo y las inversiones extranjeras.
En la segunda mitad de esta década surge el terrorismo como nueva fuerza de oposición al régimen.
A pesar de que a comienzos de los sesenta predominan aún las formas realistas, objetivistas y de intención social, comienzan a manifestarse signos de cansancio del realismo dominante en la novela española. Algunos críticos manifiestan la necesidad de fantasía o lamentan la despreocupación del escritor respecto del lenguaje. A ellos se suman incluso ciertos adalides del realismo social como Goytisolo, quienes pasarán a propugnar la necesidad de una renovación formal y de enfoques más complejos. Nace la inquietud de conciliar visión crítica y modernidad literaria, se reivindican los aspectos formales y expresivos y se huye de la mera reproducción.
En esta década la censura es menos estricta y nuestros autores tienen cada vez más en cuenta las aportaciones de los grandes novelistas extranjeros como Marcel Proust (En busca del tiempo perdido), William Faulkner (máxima figura de la “generación perdida” norteamericana), Kafka (La Metamorfosis), James Joyce (Ulises) o la noveau roman francesa. Junto a ellos, pronto causaría un gran impacto la nueva novela hispanoamericana: La ciudad de los perros (1962) de Vargas Llosa y Cien años de soledad (1967) de García Márquez serán dos hitos fundamentales. Se dan numerosas innovaciones en las técnicas narrativas como la combinación del monólogo interior, el estilo directo, el indirecto y el indirecto libre; se destruye el párrafo como unidad textual, se superponen varios planos de acción; el personaje es vagamente caracterizado y en la lengua se vuelve a experimentar con la metáfora en asociaciones imposibles.
En cuanto a las características de la novela experimental, podríamos resumirlas en: se organiza en secuencias separadas por espacio en blanco, no por capítulos; el argumento o se disuelve en pequeñas historias que se entrecruzan o se relega a un segundo plano y en él se da cabida junto a lo real, a lo fantástico y lo onírico. Las historias se suceden de manera alternativa, según la técnica del contrapunto. Cuando los personajes son numerosos, se recurre a la técnica caleidoscópica para relatar sus historias. El mundo narrado llega al lector no sólo a través del narrador omnisciente tradicional, sino también desde la perspectiva de un personaje (punto de vista único) o desde múltiples perspectivas, para ofrecer distintas versiones o interpretaciones de una mima historia. Además de la primera y tercera persona, se emplea la segunda persona narrativa, a la manera de un tú reflexivo que se identifica con el personaje que habla. Pierde peso el diálogo en favor del estilo indirecto libre y del monólogo interior, que permite al lector abismarse en la conciencia íntima del personaje. Los personajes reciben un tratamiento individualizado, tienen una personalidad problemática, buscan su identidad y suelen fracasar en el pulso que mantienen con la sociedad. Su vida no se narra cronológicamente, sino que son frecuentes los saltos temporales del presente al pasado (flash back). El relato suele comenzar de manera abrupta (in medias res) y tiene un final abierto. El lenguaje incorpora todos los registros del habla y parodia textos de diversa procedencia (ensayísticos, publicitarios....)
En 1962 Tiempo de silencio de Luis Martín Santos inaugurará la nueva etapa de nuestra narrativa, ya que supuso una renovación formal e ideológica. La obra trata del proceso interior del personaje principal: es una novela “de protagonista”: Pedro viene a ser trasunto de la condición humana. Es un personaje borroso, zarandeado o anulado por las circunstancias del que sólo conocemos sus proyectos de investigación científica. El desarraigo, la impotencia y la frustración marcan a este protagonista y son los temas centrales que confieren a esta novela su significación existencial. Además la novela sitúa este desconsolado reflejo de la miseria existencial en un marco social concreto: el Madrid de los años del hambre y sus distintos estratos sociales: la clase alta, un mundo superficial que vive al margen de la realidad y que se caracteriza fundamentalmente por su inutilidad; la clase media-baja, que por encima de cualquier consideración moral sólo piensa en medrar; la clase baja en su capa más ínfima, el subproletariado de las chabolas donde se dan cita todas las miserias. La crítica de Luis Martín Santos es nacional y con su sátira feroz quiere ser un violento revulsivo.
Al rechazar el enfoque objetivista adopta lo que llamó “realismo dialéctico”, algo que es inseparable de su posición como narrador: a veces cede la palabra totalmente a sus personajes (monólogo interior), en otros el autor ve los hechos desde el protagonista y en otros los hechos se ven desde el narrador, que está presente en su obra (introduce de nuevo el punto de vista), prodigando comentarios y juicios sobre sus criaturas, con lo que estamos ante un enfoque subjetivista. Fundamental es el estilo indirecto libre.
Desde esta obra, en la que el autor no abandona el compromiso y profundiza en el análisis socio-político, termina la tendencia realista y se puede hablar del triunfo de la novela abierta y de imaginación.
En los diez años que van de 1962 a 1972 se suceden aportaciones decisivas en la línea de la renovación: Últimas tardes con Teresa (1966), de Jua Marsé, que supone una superación del objetivismo y una vuelta al “autor omnisciente”; Cinco horas con Mario (1966), de Delibes, un largo monólogo interior en que la protagonista evoca desordenadamente una vida y unas obsesiones; Señas de identidad (1966), de Juan Goytisolo, uno de los pioneros en la busca de nuevas técnicas narrativas, y en cuya obra se dan cambios de punto de vista, saltos en el tiempo, uso de diversas personas narrativas, monólogos interiores...; Volverás a Región (1968), de Benet; San Camilo 1936 (1969), de Cela, su experimentación más audaz; La saga/fuga de J.B (1972), de Torrente Ballester, que es a la vez un tributo al experimentalismo y una magistral parodia del mismo.