viernes, 29 de abril de 2016

TEMA 12. LA NOVELA ESPAÑOLA DE 1975 A FINES DE SIGLO XX. AUTORES, TENDENCIAS Y OBRAS PRINCIPALES.



A la muerte de Franco (20 de noviembre de 1975), se restaura la monarquía con Juan Carlos I y se promulga la Constitución y el Estado de las Autonomías en 1978. La mejora y consolidación del estado del bienestar ayuda a la estabilización del país (aunque de los últimos años mejor no hablamos...). La desaparición de la censura y el ambiente de libertad en el que comenzó a desarrollarse la cultura española permitió un mejor conocimiento de la literatura española en Europa y de la literatura occidental en España, así como la recuperación de la obra de los escritores exiliados.
La publicación en 1975 de La verdad sobre el caso Savolta[1], de Eduardo Mendoza, significa el nuevo giro de la narrativa española, que vuelve al "placer de contar". A pesar de que incorpora elementos formales que permiten entroncarla con la novela experimental, revela una vuelta al realismo, al interés por la trama argumental, al viejo placer de contar historias, rasgo que se convertirá en el principal nexo de unión de las diversas modalidades de relato en esta etapa:
Se simplifican las estructuras narrativas, que eliminan la complejidad textual anterior; se recupera el argumento, la trama y los personajes, contándose una historia cerrada y continua; se utilizan las personas narrativas tradicionales (primera y tercera)... Se trata de una narrativa que se dirige a un lector medio que prefiere el entretenimiento a la complejidad narrativa.
En los últimos veinte años ha crecido espectacularmente el número de publicaciones a causa de la gran cantidad de premios literarios que existen actualmente y del boom editorial (se publican unos 75.000 títulos cada año, de los cuales constituyen novedades unos 10.000). De hecho, el mercado impone su peso a la literatura, de manera que se comienza a publicar con la finalidad de vender una gran cantidad de obras de escaso valor literario. El término inglés best seller se asienta entre nuestros autores y cabe hablar de una novela comercial de fácil lectura y rápido olvido, como suelen ser las novelas históricas, románticas, policiacas o las novelas fantásticas orientadas al público juvenil.
Además de esa vuelta al interés por la historia contada y de la enorme proliferación de títulos, otras características de esta época son el incremento del número de escritoras (Almudena Grandes -El corazón helado, 2007-, Dulce Chacón, Elvira Lindo, Rosa Montero, Lucía Etxebarría...), la vinculación entre la labor literaria y la periodística (son frecuentes las colaboraciones en prensa de los más destacados narradores y cabe citar, en este sentido, los articuentos de Juan José Millás) o el gusto creciente por el relato corto (y, en los últimos años, incluso del microrrelato).
Otros aspectos significativos de la novela española en los últimos treinta años son el individualismo (cada autor emprende un camino personal con la pretensión de diferenciarse al máximo de sus contemporáneos, lo cual permite hablar de desorientación estética) y el eclecticismo: los autores se acogen prácticamente a todas las tendencias, modalidades, discursos, temas, experiencias y preocupaciones personales.
Por eso y porque hace falta un poco más de perspectiva para analizar el panorama actual, es difícil clasificar la novela actual en distintas tendencias. Podemos, eso sí, observar que en las últimas décadas del siglo XX conviven autores de distintas generaciones anteriores: novelistas de la posguerra inmediata (Cela, Delibes, Torrente Ballester), algunos novelistas de la "Generación del 50" (Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute...), autores posteriores como Juan Marsé o Manuel Vázquez Montalbán, además de nuevos escritores dados a conocer después del franquismo, como Julio Llamazares, Javier Marías, Luis Mateo Díez, Antonio Muñoz Molina, Luis Landero, etc.
Perduran las novelas herederas del experimentalismo, novelas minoritarias y culturalistas, herméticas y experimentales, como Escuela de mandarines (1974), de Miguel Espinosa, la tetralogía Antagonía (1973-1981) de Luis Goytisolo o Larva (1983), de Julián Ríos. Al margen de esto, podemos identificar ciertas tendencias temáticas:
Metanovela: el narrador reflexiona sobre los aspectos teóricos de la novela que suele trasladar a la ficción como motivo del relato. Algunos ejemplos: La orilla oscura (1985), de José Mª Merino; El desorden de tu nombre (1987), de Juan José Millás; o El vano ayer (2004), de Isaac Rosa.
Novela lírica: el valor esencial es la introspección, así como calidad técnica con que está escrita, la búsqueda de la perfección formal. Centra su interés en un mundo más sugerente que concreto, con personaje-símbolo y una mayor tendencia al lenguaje poético. Mortal y rosa (1975), de Francisco Umbral; La lluvia amarilla (1988), de Julio Llamazares; o El lápiz del carpintero (1998), de Manuel Rivas.
Novela histórica: se trata de un tipo de novela de gran precisión histórica que obliga al novelista a documentarse sobre el período, acontecimientos y personajes sobre los que pretende novelar. Pueden servirnos de ejemplos El oro de los sueños (1986), de José María Merino; La vieja sirena (1990), de José Luis Sampedro; la saga de las novelas de Pérez-Reverte, El capitán Alatriste (1996); Tierra firme (2007), de Matilde Asensi... Dentro de esta tendencia cabe citar aquella que se ocupa de la reconstrucción de la historia de la Guerra Civil. Se trata de obras como Luna de lobos (1985), de Julio Llamazares; Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas; La voz dormida (2002), de Dulce Chacón; Las trece rosas (2003), de Jesús Ferrero; Los girasoles ciegos (2004) de Alberto Méndez...
Novela policíaca y de intriga: mezcla esquemas policíacos con aspectos políticos e históricos. La serie de novelas sobre el detective Carvalho (que sirve como crónica sociopolítica, mordaz e irónica de la transición democrática) o Galíndez (1990) convierten a Manuel Vázquez Montalbán en el escritor más representativo; aunque no es el único, ya que de algunos elementos de este género también se han servido Eduardo Mendoza (La ciudad de los prodigios, 1986), Arturo Pérez-Reverte (La tabla de Flandes, 1990), Antonio Muñoz Molina (Plenilunio, 1997) o Carlos Ruiz Zafón (La sombra del viento, 2001).
Novela de la memoria y del testimonio: de enfoque realista, la memoria de una generación y el compromiso son los temas básicos de esta corriente, que abarca también el mundo onírico, irracional o absurdo. En esta línea cabría mencionar el realismo carnavalesco de Luis Mateo Díez (La fuente de la edad, 1986), el realismo imaginario de Luis Landero (Juegos de la edad tardía, 1989), así como la decidida defensa de la condición femenina de Rosa Montero en Te trataré como a una reina (1981), la revisión crítica de los desajustes sociales de nuestro tiempo de Rafael Chirbes (Crematorio, 2007) o la revisión caleidoscópica de la Transición de El día de mañana (2011), de Ignacio Martínez de Pisón.
Novela de pensamiento: cercana al ensayo, se trata de un tipo de narrativa en la que se difuminan las fronteras entre la novela y el ensayo, pues da cauce a múltiples digresiones sobre las preocupaciones del autor, en un tono cercano a veces a lo autobiográfico. Un ejemplo de ello es Sefarad (2001), de Antonio Muñoz Molina, o muchas de las obras de Javier Marías (Todas las almas (1989), Negra espalda del tiempo (1998), Tu rostro mañana, 2009).
Novela neorrealista o de la generación X: otra tendencia en la novela de los autores más jóvenes es la de hacer una novela que trata los problemas de la juventud urbana (sus salidas nocturnas en las grandes ciudades, el uso y abuso de drogas, del sexo, del alcohol y de la música rock...), con una estética muy cercana a la contracultura: Héroes (1993), de Ray Loriga; Historias del Kronen (1994), de José Ángel Mañas; Sexo, prozac y dudas (1997), de Lucía Etxebarría; o Deseo de ser punk (2009), de Belén Gopegui).
Entre los novelistas de este período sobresalen, por la coherencia de su trayectoria y el reconocimiento crítico, tres autores: Eduardo Mendoza, Javier Marías y Antonio Muñoz Molina:
EDUARDO MENDOZA (Barcelona, 1943) publicó en 1975 La verdad sobre el caso Savolta, título que, en buena medida, puede considerarse el punto de partida de la narrativa actual. En obras posteriores, Mendoza ha mostrado su excepcional capacidad paródica: El misterio de la cripta embrujada (1978), El laberinto de las aceitunas (1982) y Sin noticias de Gurb (1992) actualizan y subvierten de forma hilarante los tópicos de tres géneros consagrados: la novela de misterio, la novela negra o policíaca y la novela de ciencia ficción. La ciudad de los prodigios (1986) es la más ambiciosa de sus obras y probablemente la más lograda; en ella se recrea la evolución histórica y social de la ciudad de Barcelona en el período comprendido entre las exposiciones universales de 1888 y 1929, tomando como hilo conductor la progresión en la escala social del protagonista. Más recientemente ha publicado La aventura del tocador de señoras (2001), El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) o El enredo de la bolsa y la vida (2012).
La obra de JAVIER MARÍAS (Madrid, 1951) constituye una de las apuestas más originales de las últimas décadas. Las novelas y cuentos de este autor se distinguen por la presencia de una serie de temas obsesivos, como el misterio de la identidad personal y la reflexión sobre el tiempo. Su estilo, muy elaborado, posee una rara capacidad envolvente, que difumina y transforma la realidad. Entre sus obras destacan Todas las almas (1989), Corazón tan blanco (1992) y Mañana en la batalla piensa en mí (1994). El tiempo y la identidad personal son temas que aparecen con fuerza en sus últimas novelas, como en Negra espalda del tiempo (1998), juego entre la realidad y la ficción literaria, o en la más reciente trilogía titulada Tu rostro mañana, su obra más ambiciosa. Se trata del autor con más proyección internacional: sus obras han sido traducidas a 40 idiomas y publicadas en 50 países.
En la narrativa de ANTONIO MUÑOZ MOLINA (Úbeda, 1956) se conjugan de forma armónica el rigor en la construcción del relato y la preocupación por elaborar un argumento atractivo para el lector. Destaca asimismo la calidad de la prosa, intensa, que se desarrolla en períodos amplios, de ritmo muy cuidado. Sobresalen entre sus obras El invierno en Lisboa (1987), una magnífica novela de intriga; El jinete polaco (1991), evocación autobiográfica que juega hábilmente con los tiempos del relato; y Plenilunio (1997), acertado intento de remozar el género policiaco. Sefarad (2001) huye del argumento tradicional y desarrolla en clave de literatura personajes y situaciones históricas. Su última novela, La noche de los tiempos (2009), es una historia que bucea en los orígenes de la guerra civil española y posiblemente se trate de una de las mejores obras de la década.
 

[1] La novela se desarrolla en la Barcelona de 1917-1918, en la cual Javier Miranda – el protagonista – se ve envuelto en la muerte del industrial Savolta. Mendoza utiliza tres puntos de vista diferentes: el del protagonista (1ª persona), el narrador omnisciente, y los documentos del juicio.


TEMA 11. LA NOVELA Y EL CUENTO HISPANOAMERICANOS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX.




            A pesar de que el tema se ciñe exclusivamente a la narrativa de la segunda mitad del siglo XX, haremos un sucinto resumen de la narrativa anterior, que engloba las siguientes tendencias o movimientos:

            1. Prosa modernista.
            A principios de siglo se observa en la narrativa una huella del Modernismo que se irá abandonando poco a poco debido al paulatino rechazo del cosmopolitismo y a la búsqueda de lo peculiar americano y la sencillez estilística. El género predilecto será el cuento. Los autores más famosos de este tipo de relatos son Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Enrique Larreta.
            La salida del Modernismo de la narrativa hispanoamericana se produce de modo paulatino y conduce a la novela de la tierra.

            2. Novela de la tierra.
            La búsqueda de la esencia de lo americano en el floklore y las costumbres tradicionales da lugar a un tipo de relatos centrados en las peculiaridades de las diferentes regiones americanas, por lo que muchas veces se habla de novela regionalista. El tema predilecto es el intento del hombre de dominar la Naturaleza implacable, que con frecuencia acaba derrotándolo. Las tres grandes novelas de la tierra son La vorágine, de José Eustasio Rivera, Don Segundo Sombra, de Ricardo Güirales, y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos. 

            3. Novela social.
            Las convulsiones sociales de los años diez y veinte dan lugar a una narrativa de carácter social que, o bien se centra en hechos históricos concretos, como la novela de la Revolución mexicana, o bien denuncia la marginación de los indios en la sociedad criolla poscolonial, como es el caso de la novela indigenista.
            La novela de la Revolución mexicana al principio tienen un propósito testimonial y después nos dará la interpretación de una época histórica que supuso la constitución nacional y social del México moderno. La obra pionera fue Los de abajo, de Mariano Azuela,   aunque se prolonga hasta los años 50 en la obra de Juan Rulfo y más tarde en novelas de Carlos Fuentes y otros escritores.
            Las novelas proletarias, escritas y publicadas en los años 20 y 30, tienen un propósito social explícito  dentro de una orientación socialista y comunista en diferentes países hispanoamericanos, aunque es en Perú donde más se alienta la literatura proletaria. Destaca El tungsteno de César Vallejo.
            Las novelas indigenistas denuncian las pésimas condiciones de los indios (Jorge Icaza, Huasipungo) o de los negros (Alejo Carpentier, ¡Ecué-Yamba-Ó!).

            4. LA NOVELA HISPANOAMERICANA DEL MEDIO SIGLO: LA RENOVACIÓN NARRATIVA.
            A partir de los años 40 se produce un enriquecimiento y una renovación de la narrativa debido, entre otras causas, a la asimilación técnica de los grandes novelistas europeos y norteamericanos de la primera mitad del siglo XX, a la influencia de las vanguardias, principalmente el Surrealismo, y a las transformaciones sociales: crecimiento de las ciudades y alejamiento del mundo rural poscolonial del siglo XIX.
            Entre 1940 y 1960 conviven en novelas y cuentos diferentes tendencias.

            4.1. Narrativa metafísica. 
            A pesar de las diferencias entre ellos, dos autores muestran su preocupación por los problemas trascendentes: Jorge Luis Borges y José Lezana Lima.
            Jorge Luis Borges alcanzó renombre con una serie de cuentos o relatos cortos que reunió en diferentes volúmenes, como El Aleph, en los que da entrada a elementos fantásticos que cuestionan la estética realista y la realidad misma, de ahí el uso frecuente de mitos clásicos, referencias literarias o símbolos. El libro o la biblioteca son metáforas del mundo, por ello la propia literatura se convierte en tema narrativo y objeto de especulación filosófica. El autor está convencido de que no es posible un verdadero conocimiento de las cosas, por ello son temas recurrentes el laberinto, el destino incierto o la muerte, aunque huyó el tono patético y prefirió la exposición irónica y burlesca por influencia de la Vanguardia.
            José Lezama Lima alcanzó notoriedad con su novela Paradiso (1966), una especie de extensa autobiografía en la que, con un lengua extraordinariamente barroco, nos da su particular visión del mundo.

            4.2. Narrativa existencial.
            Las preocupaciones existenciales propias de la cultura occidental se acentúan en los años 40 y en los 50 tras la Segunda Guerra Mundial. Tuvieron gran repercusión en la literatura Hispanoamérica y en la narrativa cuentan con dos grandes nombres:
            Juan Carlos Onetti nos ofrece en sus cuentos y novelas una concepción pesimista de la existencia y unos personajes desorientados en un mundo gris que les conduce a la frustración y a la soledad. Recurre a procedimientos de la novela contemporánea, principalmente a Faulkner: ruptura de la linealidad temporal o cambio del punto de vista. Entre sus obras: El pozo, La vida breve, Los adioses.  
            Ernesto Sábato, influenciado por el existencialismo y el psicoanálisis, rechaza el positivismo científico (la bomba atómica). Indaga en el espíritu humano y cree que la novela puede contribuir a desvelar la desesperanza del hombre, para así reconciliarlo con el mundo y con su propia vida. Entre sus obras: El túnel, Sobre héroes y tumbas, Ababdón el exterminador.

            4.2. Realismo mágico, lo real maravilloso, realismo fantástico.
            La novela de la segunda mitad del siglo rompe con el realismo tradicional pero mantiene una trama verosímil, aunque introduce elementos fantásticos y míticos. Según Alejo Carpentier la realidad americana (exuberante naturaleza, pueblos indígenas o negros de origen africano) no puede ser racionalizada por una mentalidad occidental. Se busca una identidad propia diferente al pasado colonial y se identifican con una realidad mágica diferente a la exhausta realidad europea, que de alguna forma se revela como el paraíso perdido de los occidentales. Se ofrece una visión de lo mítico y ancestral americano no como evasión, sino como una faceta más de su realidad. Los mitos, aceptados por la colectividad, operan en la vida cotidiana. Esta concepción maravillosa de América ya estaba en las crónicas de los conquistadores españoles, que  miraron maravillados el insólito mundo al que llegaron.   
            Miguel Ángel Asturias combina en sus obras la América maravillosa, la denuncia social y las formas literarias vanguardistas. Entre su obras: Leyendas de Guatemala, El Señor Presidente (novela de dictador) y Hombres de maíz (inserta el realismo mágico).
            Alejo Carpentier expone en el prólogo de su novela El reino de este mundo su idea de lo real maravilloso, de la que es ejemplo la propia novela. En Los pasos perdidos contrapone la civilización contemporánea al mundo primitivo americano, que aparece como paraíso perdido. También escribió una novela de dictador, El recurso del método, y una novela histórica, El siglo de las luces, y cuentos y relatos cortos. Su novela más ambiciosa es La consagración de la primavera.
            Julio Cortázar es, sin duda, el gran renovador de la  narrativa hispanoamericana. Incorpora en su obra el elemento maravilloso, pero la influencia de la cultura francesa hizo que considerara que el elemento telúrico y la vuelta a los orígenes de cierta literatura latinoamericana eran artística e ideológicamente negativos. Su realismo fantástico es deudor de la vanguardia, principalmente del Surrealismo, y de la propia tradición americana. El realismo en su obra consiste en relatar de forma objetiva lo anómalo y lo fantástico, de tal forma que lo insólito resulte creíble, con lo que cuestiona los pilares de una sociedad erigida sobre la fe absoluta en la razón. Ello se advierte en sus cuentos, recogidos en diferentes volúmenes: Bestiario, Final de juego, Las armas secretas o Historias de cronopios y famas. Su novela más famosa, Rayuela, muestra innovaciones técnicas fundamentales como el collage narrativo, metáfora literaria de la fragmentación del mundo. Estas innovaciones también aparecerán en El libro de Manuel, que además hace patente su compromiso social.
            Augusto Roa Bastos tomará como punto de partida de sus obras Paraguay y la cultura guaraní, que trascienden el localismo y se convierten en una meditación social, política, estética y metafísica. Entre sus obras: Hijo de hombre, Guerra del Chaco y Yo el Supremo, una novela de dictador y la más importante de su producción.
            Juan Rulfo representa con su breve obra la culminación de la novela de la Revolución mexicana. El llano en llamas es un libro de dieciséis cuentos con los que supera el realismo tradicional incorporando técnicas novedosas como el monólogo interior o la ruptura de la linealidad temporal. Nos muestra un mundo cerrado y hostil (Jalisco) que da lugar a una honda meditación sobre temas universales como la soledad, la violencia y el dolor. Su obra maestra es una novela corta, Pedro Páramo, con la que da un giro al realismo mágico: lo real no es menos mágico, lo fantástico no puede diferenciarse de lo cotidiano, pero la América mítica y ancestral (el México heredado de la cultura azteca y su culto a la muerte) no es paradisíaca sino infernal. También escribió algunos guiones cinematográficos.

            4.4. Novela hispanoamericana desde 1960.
            A partir de los años 60 hay una difusión internacional de la novela hispanoamericana, por lo que se habló de boom de la novela y de nueva novela hispanoamericana, aunque la renovación partía de autores de décadas anteriores (Borges, Onetti, Carpentier, Cortázar), algunos de los cuales habían marchado al exilio y tuvieron acceso al mundo editorial europeo. Influyeron en la literatura mundial, principalmente en la española, cuyo papel fue decisivo para la renovación de la novela.
            Los autores que habían publicado tiempo atrás escriben sus obras más características: Rayuela, El siglo de las luces… Junto a ellos, aparecen nuevos novelistas que incorporan en sus obras innovaciones técnicas de la literatura universal del siglo XX, la tradición narrativa hispanoamericana anterior y son deudores de la novela española clásica, especialmente Cervantes, lo libros de caballerías y los autores clásicos barrocos.
            G. García Márquez (Colombia) Desde los años 50 compagina  su labor periodística con la escritura de cuentos y novelas cortas, como La hojarasca, en la que funde lo real con lo imaginario y aparece ya Macondo, ese lugar imaginario que volverá a surgir en otros relatos como El coronel no tienen quien le escriba o Mala hora, y que se ha interpretado como símbolo de América Latina. El ambiente, los personajes, los temas y la técnica de estos primeros libros se reúnen en Cien años de soledad, novela que se centra en los temas del tiempo y la soledad, producto del ensimismamiento, la incomunicación y la falta de amor. La técnica de la novela se basa en la metamorfosis de lo común en algo extraordinario o al revés con total naturalidad. Otras novelas: El otoño del patriarca (novela de dictador), Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera. 
            Carlos Fuentes (México) es heredero de la novela de la Revolución mexicana. El tema principal de su obra es la identidad mexicana, pero como escritor cosmopolita nos ofrece una visión distanciada y crítica de México y de América Latina. En su novela La región más transparente experimenta con nuevas técnicas narrativas, pero será La muerte de Artemio Cruz el hito en la renovación novelística. Otras novelas: Zona sagrada, Cambio de piel.
            Mario Vargas Llosa (Perú). Su obra La ciudad y los perros es la novela inaugural del boom. No incorpora en sus obras elementos fantásticos o maravillosos y se caracteriza por su gran capacidad de fabulación, el virtuosismo narrativo, la inclusión de elementos autobiográficos y el realismo crítico en obras como La casa verde o Pantaleón y las visitadoras. En La guerra del fin del mundo abandona sus simpatías izquierdistas de los años 60 y desconfía de las ideologías progresistas, tono antirrevolucionario que se acentuará en La fiesta del chivo o Historia de Mayta.

No hay espacio ni tiempo para abarcar toda la narrativa hispanoamericana de los últimos 60 años, pero hay que mencionar nombres imprescindibles como Mario Benedetti, Álvaro Mutis, Roberto Bolaño o Cabrera Infante.

miércoles, 20 de abril de 2016

TEMA 10: LA POESÍA POSTERIOR A 1939.


1.  DÉCADA DE LOS CUARENTA.
Los años cuarenta fueron la década más dura de la posguerra y coinciden con la Segunda Guerra Mundial, en la que España se mantuvo neutral. Es un período de fuerte censura, en el que se prohibió el derecho de reunión y asociación sin autorización del gobierno y el uso de cualquier lengua que no fuera el castellano en educación y en la Administración.
La vida cultural sufre un paréntesis tras la guerra debido a la censura implacable que impedía la recepción general del pensamiento extranjero y que encorsetó la evolución del propio. Se promueve en este ambiente otro tipo de “cultura” basada en las novelas rosas, los tebeos y las canciones populares
En la década de los cuarenta y los primeros años de los cincuenta, nos encontramos con poetas más o menos coetáneos a Miguel Hernández. Nacidos en torno a 1910, se les suele agrupar bajo la denominación “Generación del 36”, que incluye a poetas como Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Gabriel Celaya, Luis Felipe Vivanco, Juan Gil-Albert o Leopoldo Panero. Se ha hablado también de una generación escindida ya que parte de ellos continuaron su obra en el exilio. Los que siguen en España se orientan por diversos caminos que Dámaso Alonso redujo a dos: poesía arraigada y poesía desarraigada, aunque hay otras tendencias.

POESÍA ARRAIGADA
Así llamó Dámaso Alonso a la poesía de aquellos autores que se expresan “con una luminosa y reglada creencia en la organización de la realidad”. Se trata de un grupo de poetas que se autodenomina juventud creadora y que se agrupan en torno a la revistas Escorial y fundamentalmente Garcilaso, fundada en el 43, de ahí que también se les llamara garcilasistas. Vuelven sus ojos a Garcilaso y a otros “poetas del Imperio”. Han salido de la contienda con un afán optimista de claridad, de perfección, de orden. En puras formas clásicas, encierran una visión del mundo coherente, ordenada y serena. Uno de los temas dominantes es un firme sentimiento religioso, junto con temas tradicionales (el amor, el paisaje...). Se trata de una poesía humanizada pero evasiva, independiente de los problemas sociales del momento.
A tales características responde la poesía de Luis Rosales (Abril), Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco (Cantos de primavera), Dionisio Ridruejo o José García Nieto (Víspera hacia ti). Algunos darían un giro ideológico, como Ridruejo, y otros buscarían nuevas formas: el máximo exponente de esta búsqueda será la obra de Luis Rosales La casa encendida (1949), conjunto de largos poemas en versículos y de lenguaje personalísimo.

POESÍA DESARRAIGADA
Así la define Dámaso Alonso: “Para otros, el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y de toda serenidad”. Es, pues, una poesía que reacciona contra el formalismo y neoclasicismo de los garcilasistas. A esta desazón dramática respondió su obra Hijos de la ira (1944), que preside toda una veta de creación poética de aquel momento y Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre. La revista Espadaña, fundada en 1944 por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, acoge a los poetas de esta tendencia. Se trata de una poesía de agrio tono trágico (que a veces fue calificada de tremendista), que se enfrenta con un mundo deshecho y caótico, invadido por el sufrimiento y la angustia. La religiosidad adopta el tono de la desesperanza o la duda. Puede denominarse existencialista. El estilo es bronco, directo, más sencillo y menos preocupado por los primores estéticos. Estas son las características de esta poesía que se preocupa por el hombre, antes de que desemboque claramente en una“poesía social”.
En esta línea se incluyen poetas entre los que destacaremos a Dámaso Alonso, Gabriel Celaya y Blas de Otero. Hubo otros muchos: Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, Carlos Bousoño o Vicente Gaos.

OTRAS TENDENCIAS
Las tendencias de la poesía de estos años no se agotan con las dos expuestas en los epígrafes anteriores; surgen ya en aquellos años autores muy difíciles de encasillar, como José Hierro y José María Valverde.
En una posición marginal con respecto a las dos tendencias señaladas, surge un movimiento conocido como postismo, fundado en 1945 por Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y otros. Abreviatura de Postsurrealismo enlaza con la poesía de vanguardia: reivindica la libertad expresiva, la imaginación, lo lúdico... Pretende ser un “surrealismo ibérico”. Rechaza la angustia existencialista y, frente a la inminente poesía social, se representará como una rebeldía subjetiva, aunque no menos antiburguesa. Entre ellos destacan Edmundo de Ory y Alejandro Carriedo.
Un lugar especial merece el grupo Cántico de Córdoba, que mantenía en la posguerra el entronque con el 27 y cultivaba una poesía predominantemente intimista y de gran rigor estético, cuya valoración plena no llegaría hasta los años 70. Sus principales figuras son Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente y, sobre todo, Pablo García Baena.

2. DÉCADA DE LOS AÑOS CINCUENTA: LA POESÍA SOCIAL.
Durante los años cincuenta España experimenta una etapa de apertura al exterior: se permite cierto pluralismo interno, se suavizan las relaciones diplomáticas con las potencias occidentales, se permite la entrada en la ONU a España en 1955 y se da un cambio en la política económica que favorece el crecimiento de la renta nacional. Una activa clase media de profesionales, comerciantes y funcionarios desarrollaron poco a poco la economía del país. La marcha a Europa de una enorme masa de trabajadores produjo envíos de dinero que, unidos al incremento paulatino del turismo en nuestro país, harían posible el progreso que se daría durante los años sesenta.
Hacia 1955 se consolida en todos los géneros el llamado realismo social. De esta fecha son dos libros de poemas que marcan un hito: Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero, y Cantos iberos de Gabriel Celaya. Ambos poetas superan en estas obras su etapa anterior de angustia existencial para situar los problemas humanos en un marco social. Uno de los poetas de 27, Vicente Aleixandre, dará un giro profundo a su obra con Historia del corazón, centrada en la idea de solidaridad. Otra obra fundamental es Antología consultada (1952), antología poética que recoge la poesía social de los mejores poetas del momento como Celaya, Crémer, J.Hierro, Nora, Ramón Garciasol, López Pacheco...
Partiendo de la poesía desarraigada, hemos llegado a la poesía social: se impone un nuevo concepto de la función de la poesía en el mundo. La poesía debe tomar partido ante los problemas del mundo que la rodea y el poeta se hace solidario de los demás hombres y antepone los objetivos más inmediatos a las metas estéticas: la preocupación por el contenido es mayor que el interés por valores formales o estéticos. Para Celaya La poesía es un arma cargada de futuro.
Poesía es, pues, un acto de solidaridad con los que sufren, abandonando la expresión de los problemas íntimos o existenciales ; rechazo de los lujos esteticistas, repulsa de la neutralidad ante la injusticia o los conflictos sociales.
En cuanto a la temática, el tema de España se hace protagonista, y con un enfoque político. Dentro de esta preocupación y del propósito de un realismo crítico se sitúan temas concretos como la injusticia social, la alienación, el mundo del trabajo, el anhelo de libertad y de un mundo mejor. De ahí el estilo dominante en este tipo de poesía: se dirigen a la mayoría, por lo que emplean un lenguaje claro, intencionalmente prosaico en muchas ocasiones, y un tono coloquial. A pesar del peligro de caer en una poesía banal, los grandes poetas descubrieron los valores poéticos de la lengua de todos los días. Sin embargo, pronto fueron conscientes de que el pueblo realmente no estaba en condiciones de leer poesía y llegó el desengaño: es muy difícil transformar el mundo usando como arma la poesía.
El cansancio de la poesía social no tardó en llegar y, como en los demás géneros, se irá acentuando en la década de los sesenta.
En cuanto a los autores, hay que dividirlos en dos grupos: por un lado, los poetas que publican sus obras en los años 40 o incluso antes, como Gabriel Celaya, Blas de Otero o José Hierro; y por otro, los poetas de la llamada “Generación de medio siglo”.

3. LOS AÑOS SESENTA: DE LA POESÍA SOCIAL A UNA NUEVA POÉTICA.
Durante la década de los sesenta se produjo un importantísimo crecimiento económico que poco a poco fue modificando la sociedad española. El gobierno se siente tan fuerte que amplía su nivel de tolerancia respecto a las libertades y a las manifestaciones de la oposición. Los principales motores del crecimiento económico y de la paulatina modernización del país fueron el turismo y las inversiones extranjeras.
En la segunda mitad de esta década surge el terrorismo como nueva fuerza de oposición al régimen.
Ya durante los años del auge del realismo social se observaron otras tendencias: José Hierro o José Mª Valverde no pueden encasillarse en esta tendencia por su variedad de temas y enfoques, aunque presenten a veces acentos sociales.
Aunque la poesía social se prolonga en los años sesenta, ya en los cincuenta empiezan a aparecer poetas nuevos que, aunque en sus comienzos tengan acentos sociales, representarán su superación. Los más notorios son Ángel González (Sin esperanza, con convencimiento), Jaime Gil de Biedma (Moralidades), José Ángel Valente(Poemas a Lázaro, La memoria y los signos) o Claudio Rodríguez (Alianza y condena, Conjuros, Poesía...) Junto a ellos, otros como Francisco Brines, Carlos Barral, Caballero Bonald, J.A, Goytisolo... han sido recogidos en algunas antologías bajo la denominación “Grupo poético de los años 50” o “Generación de medio siglo”.
Aunque en realidad no configuren un grupo, lo cierto es que hay en ellos notas comunes ya que llevaron a la poesía por nuevos caminos. Hay en ellos una preocupación por el hombre, pero huyen de todo tratamiento patético; dan frecuentes muestras de inconformismo con el mundo que los rodea, pero también cierto escepticismo que les aleja de la poesía social, aunque en alguno de ellos se ha señalado un realismo crítico. Lo propio de estos autores es la consolidación de una poesía de experiencia personal, de ahí que muchas veces se haya hablado de poesía de la experiencia para denominar esta corriente.
En su temática se aprecia una vuelta al intimismo: el fluir del tiempo, la evocación nostálgica de la infancia... En la atención de lo cotidiano pueden surgir quejas, protestas o ironías, que revelan su inconformismo. Pero otras desemboca en cierto escepticismo dolorido, en una conciencia de aislamiento y de soledad.
En cuanto al estilo, se alejan de los modos de las tendencias anteriores: se rechaza por igual el patetismo de la “poesía desarraigada” (pese al habitual sentimiento de desarraigo de estos poetas) y el prosaísmo de los poetas sociales. Llevan a cabo una labor de depuración y de concentración de la palabra, lo que revela un mayor rigor en el trabajo poético. Junto a ello, cada poeta busca un lenguaje personal, nuevo, más sólido, aunque no les atraen las experiencias vanguardistas y se quedan en un tono cálido y cordial, contrapesado con un frecuente empleo de una ironía triste y reveladora de ese escepticismo.
Con estos poetas renace el interés por los valores estéticos.

4. LA DÉCADA DE LOS SETENTA: LOS “NOVÍSIMOS”.
A la muerte de Franco (20 de noviembre de 1975), se restaura la monarquía con Juan Carlos I y se promulga la Constitución y el Estado de las Autonomías en 1978. La mejora y consolidación del estado del bienestar ayuda a la estabilización del país (aunque de los últimos años mejor no hablamos...). La desaparición de la censura y el ambiente de libertad en el que comenzó a desarrollarse la cultura española permitió un mejor conocimiento de la literatura española en Europa y de la literatura occidental en España, así como la recuperación de la obra de los escritores exiliados.
Durante la década de los setenta y sobre a partir de la segunda mitad, empiezan a publicar poetas jóvenes que han nacido después de la Guerra Civil, entre 1939 y 1948. La publicación en 1970 de la antología Nueve “novísimos” poetas españoles, de José María Castellet, nos da a conocer a estos jóvenes que consideraban que la poesía es una manera específica de tratar el lenguaje: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero.
 A este lanzamiento se habían adelantado algunos de ellos: Pere Gimferrer tenía publicados sus libros Arde el mar (1966) y La muerte en Beverly Hills (1968), y Guillermo Carnero el poemario Dibujo de la muerte (1967).
 Todos ellos son representativos de una nueva sensibilidad dentro de la llamada Generación del 68. Tuvieron una “nueva educación sentimental” en la que, junto a una formación tradicional, se vieron influidos por el cine, los discos, la televisión, los cómics..., tuvieron acceso a libros antes difíciles de encontrar y entraron en contacto con otras tendencias culturales en sus viajes por el extranjero.
Su bagaje cultural y literario es amplio y sus influencias: poetas hispanoamericanos como Vallejo u Octavio Paz, algunos poetas del 27 (principalmente Cernuda y Aleixandre) y otros poetas posteriores que, al margen de la poesía social, ya habían intentado renovar el lenguaje poético (el grupo Cántico, postistas, Gil de Biedma, Valente...), a los que hay que añadir otros poetas extranjeros. Y sus poemas están llenos, como veremos, de referencias al mundo del cine, de la música o del cómic.
 En la temática encontramos lo “personal” (infancia, amor, erotismo...) junto a lo “público” (la sociedad de consumo, la guerra de Vietnam...). Al lado de tonos graves (ecos de un íntimo malestar) aparece también una provocadora e insolente frivolidad: Marilyn Monroe se codea con el Che Guevara. Frente a la sociedad de consumo son sarcásticos y corrosivos, pero también se muestran escépticos ante la posibilidad de que la poesía pueda cambiar el mundo. En lo personal y en lo político, son inconformistas y disidentes; pero como poetas, persiguen metas estéticas. Ante todo, lo que les importa es el estilo: la renovación del lenguaje poético es el objetivo principal, y junto a otros modelos, en el Surrealismo vieron una lección de ruptura con la lógica de un mundo absurdo.
Los rasgos más novedosos: recuperación de las actitudes vanguardistas (Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo), tanto las de preguerra (generación del 27) como las posteriores a 1940 (grupo “Cántico”, postismo, parasurrealismo de M. Labordeta); incorporación brusca de una serie de lenguajes habitualmente ajenos al ámbito literario: el lenguaje del cine, de la publicidad, del cómic o de la música moderna; voluntad de hermetismo y autosuficiencia poemáticos situada en las antípodas del pragmatismo de la poesía social; postura esteticista, plena de referencias culturales eruditas al mundo de las artes,  es la seguida por Luis Antonio de Villena (Hymnica (1979); Huir del invierno (1981); otra dirección recibió el nombre de “metapoesía”, y critica la ingenuidad de la literatura realista, defendiendo la autonomía de lo literario y la insondable ambigüedad del lenguaje;  intentos de denuncia de la manipulación social y política a través del lenguaje, renacimiento de actitudes decadentistas y vanguardistas, en autores como Félix de Azúa, José Miguel Ullán, Manuel Vázquez Montalbán o del tal vez más famoso de todos ellos, Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street (1970); Narciso (1979)).
Frente a los novísimos, en los mismos años 70, se alza el Equipo de Claraboya (Agustín Delgado, Luis Mateo Díez, Ángel Fierro y J. Antonio Llamas). Su antología Teoría y poemas (1971), supuso un duro ataque contra los novísimos, a los que acusó de neodecadentes. Propugnaban una poesía heredada de la conciencia social.
Los poetas más jóvenes, los que se dan a conocer a finales de los setenta o ya en los ochenta, continúan en parte las líneas apuntadas, pero parecen alejarse de los aspectos más característicos de los novísimos y alejarse del vanguardismo más estridente, a la par que aumenta un mayor interés por la expresión de la intimidad y por las formas tradicionales.
En la abundante producción poética de los últimos años del siglo XX y principios del actual, coexisten en el panorama de la lírica española diversas tendencias. José Luis García Martín en Treinta años de poesía española, ha sintetizado los aspectos más importantes de tales tendencias: intimismo, surrealismo, neorromanticismo, recuperación de la anécdota, lenguaje coloquial, gusto por contar historias en el poema (narratividad) y por hacer hablar a distintos personajes (abunda el “monólogo dramático”), preferencia por los procedimientos retóricos “invisibles” (los que no parecen existir), amplio uso de la ironía y la parodia, alternancia de estrofas tradicionales con el verso libre y preferencia por el marco urbano. Algunos, de los muchos, de estos autores: Ana Rosetti, Álvaro Valverde, Blanca Andreu, César Antonio Molina, Miguel D'Ors, Javier Salvago o Jon Juaristi; y, especialmente, Luis García Montero.