1. DÉCADA DE LOS CUARENTA.
Los años cuarenta fueron la década más dura de la
posguerra y coinciden con la Segunda Guerra Mundial, en la que España se
mantuvo neutral. Es un período de fuerte censura, en el que se prohibió el
derecho de reunión y asociación sin autorización del gobierno y el uso de
cualquier lengua que no fuera el castellano en educación y en la
Administración.
La vida cultural sufre un paréntesis tras la guerra
debido a la censura implacable que impedía la recepción general del pensamiento
extranjero y que encorsetó la evolución del propio. Se promueve en este
ambiente otro tipo de “cultura” basada en las novelas rosas, los tebeos y las
canciones populares
En
la década de los cuarenta y los primeros años de los cincuenta, nos encontramos
con poetas más o menos coetáneos a Miguel Hernández. Nacidos en torno a 1910,
se les suele agrupar bajo la denominación “Generación
del 36”, que incluye a poetas como Luis
Rosales, Dionisio Ridruejo, Gabriel Celaya, Luis Felipe Vivanco, Juan
Gil-Albert o Leopoldo Panero. Se ha hablado también de una generación
escindida ya que parte de ellos continuaron su obra en el exilio. Los que
siguen en España se orientan por diversos caminos que Dámaso Alonso redujo a
dos: poesía arraigada y poesía desarraigada, aunque hay otras tendencias.
POESÍA ARRAIGADA
Así
llamó Dámaso Alonso a la poesía de aquellos autores que se expresan “con una
luminosa y reglada creencia en la organización de la realidad”. Se trata de un
grupo de poetas que se autodenomina juventud creadora y que se
agrupan en torno a la revistas Escorial y fundamentalmente Garcilaso, fundada en el 43, de
ahí que también se les llamara garcilasistas. Vuelven sus ojos a Garcilaso y a
otros “poetas del Imperio”. Han salido de la contienda con un afán optimista de
claridad, de perfección, de orden. En puras formas clásicas, encierran una
visión del mundo coherente, ordenada y serena. Uno de los temas dominantes es un
firme sentimiento religioso, junto con temas tradicionales (el amor, el
paisaje...). Se trata de una poesía humanizada pero evasiva, independiente de
los problemas sociales del momento.
A
tales características responde la poesía de Luis
Rosales (Abril), Leopoldo Panero, Luis Felipe
Vivanco (Cantos de
primavera), Dionisio
Ridruejo o José García Nieto (Víspera hacia ti). Algunos
darían un giro ideológico, como Ridruejo, y otros buscarían nuevas formas: el
máximo exponente de esta búsqueda será la obra de Luis Rosales La casa encendida (1949), conjunto de largos
poemas en versículos y de lenguaje personalísimo.
POESÍA DESARRAIGADA
Así
la define Dámaso Alonso:
“Para otros, el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética
búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía
y de toda serenidad”. Es, pues, una poesía que reacciona contra el formalismo y
neoclasicismo de los garcilasistas. A esta desazón dramática respondió su obra Hijos de la ira (1944), que preside toda una
veta de creación poética de aquel momento y Sombra
del paraíso de Vicente Aleixandre. La revista Espadaña,
fundada en 1944 por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, acoge a los poetas de
esta tendencia. Se trata de una poesía de agrio tono trágico (que a veces fue
calificada de tremendista), que se enfrenta con un mundo deshecho y
caótico, invadido por el sufrimiento y la angustia. La religiosidad adopta el
tono de la desesperanza o la duda. Puede denominarse existencialista. El
estilo es bronco, directo, más sencillo y menos preocupado por los primores
estéticos. Estas son las características de esta poesía que se preocupa por el
hombre, antes de que desemboque claramente en una“poesía social”.
En
esta línea se incluyen poetas entre los que destacaremos a Dámaso Alonso, Gabriel Celaya y
Blas de Otero. Hubo otros muchos: Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, Carlos
Bousoño o Vicente Gaos.
OTRAS TENDENCIAS
Las
tendencias de la poesía de estos años no se agotan con las dos expuestas en los
epígrafes anteriores; surgen ya en aquellos años autores muy difíciles de
encasillar, como José
Hierro y José María Valverde.
En
una posición marginal con respecto a las dos tendencias señaladas, surge un
movimiento conocido como postismo,
fundado en 1945 por Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y otros. Abreviatura de
Postsurrealismo enlaza con la poesía de vanguardia: reivindica la libertad
expresiva, la imaginación, lo lúdico... Pretende ser un “surrealismo ibérico”.
Rechaza la angustia existencialista y, frente a la inminente poesía social, se
representará como una rebeldía subjetiva, aunque no menos antiburguesa. Entre
ellos destacan Edmundo de Ory y Alejandro Carriedo.
Un
lugar especial merece el grupo Cántico de Córdoba, que mantenía en la
posguerra el entronque con el 27 y cultivaba una poesía predominantemente
intimista y de gran rigor estético, cuya valoración plena no llegaría hasta los
años 70. Sus principales figuras son Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio
Aumente y, sobre todo, Pablo García Baena.
2. DÉCADA DE LOS AÑOS CINCUENTA: LA
POESÍA SOCIAL.
Durante los años
cincuenta España experimenta una
etapa de apertura al exterior: se permite cierto pluralismo interno, se
suavizan las relaciones diplomáticas con las potencias occidentales, se permite
la entrada en la ONU a España en 1955 y se da un cambio en la política
económica que favorece el crecimiento de la renta nacional. Una activa clase
media de profesionales, comerciantes y funcionarios desarrollaron poco a poco
la economía del país. La marcha a Europa de una enorme masa de trabajadores
produjo envíos de dinero que, unidos al incremento paulatino del turismo en
nuestro país, harían posible el progreso que se daría durante los años sesenta.
Hacia
1955 se consolida en todos los géneros el llamado realismo social. De esta fecha
son dos libros de poemas que marcan un hito: Pido
la paz y la palabra, de Blas
de Otero, y Cantos
iberos de Gabriel Celaya. Ambos poetas
superan en estas obras su etapa anterior de angustia existencial para situar
los problemas humanos en un marco social. Uno de los poetas de 27, Vicente Aleixandre, dará un
giro profundo a su obra con Historia
del corazón, centrada en la idea de solidaridad. Otra obra fundamental
es Antología consultada (1952), antología poética que
recoge la poesía social de los mejores poetas del momento como Celaya, Crémer,
J.Hierro, Nora, Ramón Garciasol, López Pacheco...
Partiendo
de la poesía desarraigada, hemos llegado a la poesía social: se impone un nuevo
concepto de la función de la poesía en el mundo. La poesía debe tomar partido
ante los problemas del mundo que la rodea y el poeta se hace solidario de los
demás hombres y antepone los objetivos más inmediatos a las metas estéticas: la
preocupación por el contenido es mayor que el interés por valores formales o
estéticos. Para Celaya La
poesía es un arma cargada de futuro.
Poesía
es, pues, un acto de solidaridad con los que sufren, abandonando la expresión
de los problemas íntimos o existenciales ; rechazo de los lujos esteticistas,
repulsa de la neutralidad ante la injusticia o los conflictos sociales.
En
cuanto a la temática, el tema de España se hace protagonista, y con un enfoque
político. Dentro de esta preocupación y del propósito de un realismo crítico se
sitúan temas concretos como la injusticia social, la alienación, el mundo del
trabajo, el anhelo de libertad y de un mundo mejor. De ahí el estilo dominante
en este tipo de poesía: se dirigen a la mayoría, por lo que emplean un lenguaje
claro, intencionalmente prosaico en muchas ocasiones, y un tono coloquial. A
pesar del peligro de caer en una poesía banal, los grandes poetas descubrieron
los valores poéticos de la lengua de todos los días. Sin embargo, pronto fueron
conscientes de que el pueblo realmente no estaba en condiciones de leer poesía
y llegó el desengaño: es muy difícil transformar el mundo usando como arma la
poesía.
El
cansancio de la poesía social no tardó en llegar y, como en los demás géneros,
se irá acentuando en la década de los sesenta.
En
cuanto a los autores, hay que dividirlos en dos grupos: por un lado, los poetas
que publican sus obras en los años 40 o incluso antes, como Gabriel Celaya, Blas de Otero o
José Hierro; y por otro, los poetas de la llamada “Generación de medio siglo”.
3. LOS AÑOS SESENTA: DE LA POESÍA SOCIAL
A UNA NUEVA POÉTICA.
Durante
la década de los sesenta se produjo un importantísimo
crecimiento económico que poco a poco fue modificando la sociedad española. El
gobierno se siente tan fuerte que amplía su nivel de tolerancia respecto a las
libertades y a las manifestaciones de la oposición. Los principales motores del
crecimiento económico y de la paulatina modernización del país fueron el
turismo y las inversiones extranjeras.
En la segunda mitad de esta década surge
el terrorismo como nueva fuerza de oposición al régimen.
Ya
durante los años del auge del realismo social se observaron otras tendencias: José Hierro o José Mª Valverde no pueden encasillarse en esta
tendencia por su variedad de temas y enfoques, aunque presenten a veces acentos
sociales.
Aunque
la poesía social se prolonga en los años sesenta, ya en los cincuenta empiezan
a aparecer poetas nuevos que, aunque en sus comienzos tengan acentos sociales,
representarán su superación. Los más notorios son Ángel González (Sin esperanza,
con convencimiento), Jaime Gil de Biedma (Moralidades), José Ángel
Valente(Poemas a Lázaro, La memoria y los signos) o Claudio Rodríguez (Alianza y
condena, Conjuros, Poesía...) Junto
a ellos, otros como Francisco Brines, Carlos Barral, Caballero Bonald, J.A,
Goytisolo... han sido recogidos en algunas antologías bajo la denominación “Grupo poético de los años 50” o
“Generación de medio siglo”.
Aunque
en realidad no configuren un grupo, lo cierto es que hay en ellos notas comunes
ya que llevaron a la poesía por nuevos caminos. Hay en ellos una preocupación
por el hombre, pero huyen de todo tratamiento patético; dan frecuentes muestras
de inconformismo con el mundo que los rodea, pero también cierto escepticismo
que les aleja de la poesía social, aunque en alguno de ellos se ha señalado un
realismo crítico. Lo propio de estos autores es la consolidación de una poesía
de experiencia personal, de ahí que muchas veces se haya hablado de poesía de la experiencia para denominar esta corriente.
En
su temática se aprecia una vuelta al intimismo: el fluir del tiempo, la
evocación nostálgica de la infancia... En la atención de lo cotidiano pueden
surgir quejas, protestas o ironías, que revelan su inconformismo. Pero otras
desemboca en cierto escepticismo dolorido, en una conciencia de aislamiento y
de soledad.
En
cuanto al estilo, se alejan de los modos de las tendencias anteriores: se
rechaza por igual el patetismo de la “poesía desarraigada” (pese al habitual
sentimiento de desarraigo de estos poetas) y el prosaísmo de los poetas
sociales. Llevan a cabo una labor de depuración y de concentración de la
palabra, lo que revela un mayor rigor en el trabajo poético. Junto a ello, cada
poeta busca un lenguaje personal, nuevo, más sólido, aunque no les atraen las
experiencias vanguardistas y se quedan en un tono cálido y cordial,
contrapesado con un frecuente empleo de una ironía triste y reveladora de ese
escepticismo.
Con
estos poetas renace el interés por los valores estéticos.
4. LA DÉCADA DE LOS SETENTA: LOS “NOVÍSIMOS”.
A la muerte de Franco
(20 de noviembre de 1975), se restaura la monarquía con Juan Carlos I y se
promulga la Constitución y el Estado de las Autonomías en 1978. La mejora y
consolidación del estado del bienestar ayuda a la estabilización del país
(aunque de los últimos años mejor no hablamos...). La desaparición de la
censura y el ambiente de libertad en el que comenzó a desarrollarse la cultura
española permitió un mejor conocimiento de la literatura española en Europa y
de la literatura occidental en España, así como la recuperación de la obra de
los escritores exiliados.
Durante la década de los setenta y sobre a
partir de la segunda mitad, empiezan a publicar poetas jóvenes que han nacido
después de la Guerra Civil, entre 1939 y 1948. La publicación en 1970 de la
antología Nueve “novísimos” poetas españoles, de José María
Castellet, nos da a conocer a estos jóvenes que consideraban que la poesía es
una manera específica de tratar el lenguaje: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez
Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina
Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero.
A este lanzamiento se
habían adelantado algunos de ellos: Pere Gimferrer tenía publicados sus
libros Arde el mar (1966) y La muerte en Beverly
Hills (1968), y Guillermo Carnero el poemario Dibujo de la muerte (1967).
Todos ellos son
representativos de una nueva sensibilidad dentro de la llamada Generación del 68. Tuvieron una “nueva
educación sentimental” en la que, junto a una formación tradicional, se vieron influidos
por el cine, los discos, la televisión, los cómics..., tuvieron acceso a libros
antes difíciles de encontrar y entraron en contacto con otras tendencias
culturales en sus viajes por el extranjero.
Su bagaje cultural y literario es amplio y sus
influencias: poetas hispanoamericanos como Vallejo u Octavio Paz, algunos
poetas del 27 (principalmente Cernuda y Aleixandre) y otros poetas posteriores
que, al margen de la poesía social, ya habían intentado renovar el lenguaje
poético (el grupo Cántico, postistas, Gil de Biedma, Valente...), a los que hay
que añadir otros poetas extranjeros. Y sus poemas están llenos, como veremos,
de referencias al mundo del cine, de la música o del cómic.
En la temática
encontramos lo “personal” (infancia, amor, erotismo...) junto a lo “público”
(la sociedad de consumo, la guerra de Vietnam...). Al lado de tonos graves
(ecos de un íntimo malestar) aparece también una provocadora e insolente
frivolidad: Marilyn Monroe se codea con el Che Guevara. Frente a la sociedad de
consumo son sarcásticos y corrosivos, pero también se muestran escépticos ante
la posibilidad de que la poesía pueda cambiar el mundo. En lo personal y en lo
político, son inconformistas y disidentes; pero como poetas, persiguen metas
estéticas. Ante todo, lo que les importa es el estilo: la renovación del
lenguaje poético es el objetivo principal, y junto a otros modelos, en el
Surrealismo vieron una lección de ruptura con la lógica de un mundo absurdo.
Los rasgos más novedosos: recuperación de las actitudes
vanguardistas (Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo), tanto las de preguerra
(generación del 27) como las posteriores a 1940 (grupo “Cántico”, postismo,
parasurrealismo de M. Labordeta); incorporación brusca de una serie de
lenguajes habitualmente ajenos al ámbito literario: el lenguaje del cine, de la
publicidad, del cómic o de la música moderna; voluntad de hermetismo y
autosuficiencia poemáticos situada en las antípodas del pragmatismo de la
poesía social; postura esteticista, plena de referencias culturales eruditas al
mundo de las artes, es la seguida por Luis Antonio de Villena (Hymnica (1979); Huir del invierno (1981); otra dirección recibió el
nombre de “metapoesía”, y
critica la ingenuidad de la literatura realista, defendiendo la autonomía de lo
literario y la insondable ambigüedad del lenguaje; intentos de denuncia de la manipulación social
y política a través del lenguaje, renacimiento de actitudes decadentistas y
vanguardistas, en autores como Félix de Azúa, José Miguel Ullán, Manuel Vázquez
Montalbán o del tal vez más famoso de todos ellos, Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street (1970); Narciso (1979)).
Frente
a los novísimos, en los mismos años 70, se alza el Equipo de Claraboya (Agustín Delgado, Luis Mateo Díez,
Ángel Fierro y J. Antonio Llamas). Su antología Teoría y poemas (1971), supuso un duro
ataque contra los novísimos, a los que acusó de neodecadentes. Propugnaban una
poesía heredada de la conciencia social.
Los
poetas más jóvenes, los que se dan a conocer a finales de los setenta o ya en
los ochenta, continúan en parte las líneas apuntadas, pero parecen alejarse de
los aspectos más característicos de los novísimos y alejarse del vanguardismo
más estridente, a la par que aumenta un mayor interés por la expresión de la intimidad y por las formas
tradicionales.
En
la abundante producción poética de los últimos años del siglo XX y principios
del actual, coexisten en el panorama de la lírica española diversas tendencias.
José Luis García Martín en Treinta años de poesía española, ha
sintetizado los aspectos más importantes de tales tendencias: intimismo,
surrealismo, neorromanticismo, recuperación de la anécdota, lenguaje coloquial,
gusto por contar historias en el poema (narratividad) y por hacer hablar a
distintos personajes (abunda el “monólogo dramático”), preferencia por los
procedimientos retóricos “invisibles” (los que no parecen existir), amplio uso
de la ironía y la parodia, alternancia de estrofas tradicionales con el verso
libre y preferencia por el marco urbano. Algunos, de los muchos, de estos
autores: Ana Rosetti, Álvaro Valverde, Blanca Andreu, César Antonio Molina,
Miguel D'Ors, Javier Salvago o Jon Juaristi; y, especialmente, Luis García
Montero.
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