"Se escribe y se lee poesía, no porque sea bonita, sino porque es parte de la humanidad. Se escribe y se lee poesía porque los seres humanos son seres con pasiones. La medicina, el derecho, el comercio, son nobles actividades necesarias para mantenernos con vida. Pero la poesía, el amor, la belleza, ésa es nuestra razón de ser", N.H.Kleinbaum
martes, 28 de abril de 2015
GIL DE BIEDMA: "NO VOLVERÉ A SER JOVEN"
RECITADO POR ÉL MISMO:
CANTADO POR LOQUILLO
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Siglo XX
TEMA 11. LA NOVELA Y EL CUENTO HISPANOAMERICANOS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX.
A pesar de que el tema se ciñe
exclusivamente a la narrativa de la segunda mitad del siglo XX, haremos un
sucinto resumen de la narrativa anterior, que engloba las siguientes tendencias
o movimientos:
1.
Prosa modernista.
A principios de siglo se observa en
la narrativa una huella del Modernismo que se irá abandonando poco a poco
debido al paulatino rechazo del cosmopolitismo y a la búsqueda de lo peculiar
americano y la sencillez estilística. El género predilecto será el cuento. Los autores más famosos de este
tipo de relatos son Leopoldo Lugones,
Horacio Quiroga y Enrique Larreta.
La salida del Modernismo de la
narrativa hispanoamericana se produce de modo paulatino y conduce a la novela
de la tierra.
2.
Novela de la tierra.
La
búsqueda de la esencia de lo americano en el floklore y las costumbres
tradicionales da lugar a un tipo de relatos centrados en las peculiaridades de
las diferentes regiones americanas, por lo que muchas veces se habla de novela
regionalista. El tema predilecto es el intento del hombre de dominar la
Naturaleza implacable, que con frecuencia acaba derrotándolo. Las tres grandes
novelas de la tierra son La vorágine, de José
Eustasio Rivera, Don Segundo Sombra,
de Ricardo Güirales, y Doña Bárbara, de Rómulo
Gallegos.
3.
Novela social.
Las convulsiones sociales de los años
diez y veinte dan lugar a una narrativa de carácter social que, o bien se
centra en hechos históricos concretos, como la novela de la Revolución
mexicana, o bien denuncia la marginación de los indios en la sociedad criolla
poscolonial, como es el caso de la novela indigenista.
La
novela de la Revolución mexicana al principio tienen un propósito
testimonial y después nos dará la interpretación de una época histórica que
supuso la constitución nacional y social del México moderno. La obra pionera
fue Los de abajo, de Mariano
Azuela, aunque se prolonga hasta los
años 50 en la obra de Juan Rulfo y más tarde en novelas de Carlos Fuentes y
otros escritores.
Las
novelas proletarias, escritas y publicadas en los años 20 y 30, tienen un
propósito social explícito dentro de una
orientación socialista y comunista en diferentes países hispanoamericanos,
aunque es en Perú donde más se alienta la literatura proletaria. Destaca El tungsteno
de César Vallejo.
Las novelas indigenistas denuncian las pésimas condiciones de los
indios (Jorge Icaza, Huasipungo) o de
los negros (Alejo Carpentier, ¡Ecué-Yamba-Ó!).
4.
LA NOVELA HISPANOAMERICANA DEL MEDIO SIGLO: LA RENOVACIÓN NARRATIVA.
A partir de los años 40 se produce un
enriquecimiento y una renovación de la narrativa debido, entre otras causas, a
la asimilación técnica de los grandes novelistas europeos y norteamericanos de
la primera mitad del siglo XX, a la influencia de las vanguardias,
principalmente el Surrealismo, y a las transformaciones sociales: crecimiento
de las ciudades y alejamiento del mundo rural poscolonial del siglo XIX.
Entre 1940 y 1960 conviven en
novelas y cuentos diferentes tendencias.
4.1.
Narrativa metafísica.
A pesar de las diferencias entre ellos,
dos autores muestran su preocupación por los problemas trascendentes: Jorge
Luis Borges y José Lezana Lima.
Jorge
Luis Borges alcanzó renombre con una serie de cuentos o relatos cortos que
reunió en diferentes volúmenes, como El
Aleph, en los que da entrada a elementos fantásticos que cuestionan la
estética realista y la realidad misma, de ahí el uso frecuente de mitos
clásicos, referencias literarias o símbolos. El libro o la biblioteca son
metáforas del mundo, por ello la propia literatura se convierte en tema
narrativo y objeto de especulación filosófica. El autor está convencido de que
no es posible un verdadero conocimiento de las cosas, por ello son temas recurrentes
el laberinto, el destino incierto o la muerte, aunque huyó el tono patético y
prefirió la exposición irónica y burlesca por influencia de la Vanguardia.
José
Lezama Lima alcanzó notoriedad con su novela Paradiso (1966), una especie de extensa autobiografía en la que,
con un lengua extraordinariamente barroco, nos da su particular visión del
mundo.
4.2.
Narrativa existencial.
Las preocupaciones existenciales
propias de la cultura occidental se acentúan en los años 40 y en los 50 tras la
Segunda Guerra Mundial. Tuvieron gran repercusión en la literatura
Hispanoamérica y en la narrativa cuentan con dos grandes nombres:
Juan
Carlos Onetti nos ofrece en sus cuentos y novelas una concepción pesimista
de la existencia y unos personajes desorientados en un mundo gris que les
conduce a la frustración y a la soledad. Recurre a procedimientos de la novela
contemporánea, principalmente a Faulkner: ruptura de la linealidad temporal o
cambio del punto de vista. Entre sus obras: El
pozo, La vida breve, Los adioses.
Ernesto Sábato, influenciado por el existencialismo y el
psicoanálisis, rechaza el
positivismo científico (la bomba atómica). Indaga en el espíritu humano y cree
que la novela puede contribuir a desvelar la desesperanza del hombre, para así
reconciliarlo con el mundo y con su propia vida. Entre sus obras: El túnel, Sobre héroes y tumbas,
Ababdón el exterminador.
4.2. Realismo mágico, lo real maravilloso, realismo
fantástico.
La novela de la segunda mitad del siglo
rompe con el realismo tradicional pero mantiene una trama verosímil, aunque
introduce elementos fantásticos y míticos. Según Alejo Carpentier la realidad
americana (exuberante naturaleza, pueblos indígenas o negros de origen
africano) no puede ser racionalizada por una mentalidad occidental. Se busca
una identidad propia diferente al pasado colonial y se identifican con una
realidad mágica diferente a la exhausta realidad europea, que de alguna forma
se revela como el paraíso perdido de los occidentales. Se ofrece una visión de
lo mítico y ancestral americano no como evasión, sino como una faceta más de su
realidad. Los mitos, aceptados por la colectividad, operan en la vida
cotidiana. Esta concepción maravillosa de América ya estaba en las crónicas de
los conquistadores españoles, que
miraron maravillados el insólito mundo al que llegaron.
Miguel Ángel Asturias combina en sus obras la América
maravillosa, la denuncia social y las formas literarias vanguardistas. Entre su
obras: Leyendas de Guatemala, El Señor Presidente (novela de dictador)
y Hombres de maíz (inserta el
realismo mágico).
Alejo
Carpentier expone en el prólogo de su novela El reino de este mundo su
idea de lo real maravilloso, de la que es ejemplo la propia novela. En Los pasos perdidos contrapone la
civilización contemporánea al mundo primitivo americano, que aparece como
paraíso perdido. También escribió una novela de dictador, El recurso del método, y una novela histórica, El siglo de las luces, y cuentos y relatos cortos. Su novela más
ambiciosa es La consagración de la
primavera.
Julio Cortázar es, sin duda, el gran renovador de la narrativa hispanoamericana. Incorpora en su
obra el elemento maravilloso, pero la influencia de la cultura francesa hizo
que considerara que el elemento telúrico y la vuelta a los orígenes de cierta
literatura latinoamericana eran artística e ideológicamente negativos. Su
realismo fantástico es deudor de la vanguardia, principalmente del Surrealismo,
y de la propia tradición americana. El realismo en su obra consiste en relatar de
forma objetiva lo anómalo y lo fantástico, de tal forma que lo insólito resulte
creíble, con lo que cuestiona los pilares de una sociedad erigida sobre la fe
absoluta en la razón. Ello se advierte en sus cuentos, recogidos en diferentes
volúmenes: Bestiario, Final de juego, Las
armas secretas o Historias de
cronopios y famas. Su novela más famosa, Rayuela, muestra innovaciones técnicas fundamentales como el
collage narrativo, metáfora literaria de la fragmentación del mundo. Estas
innovaciones también aparecerán en El
libro de Manuel, que además hace patente su compromiso social.
Augusto
Roa Bastos tomará como punto de partida de sus obras Paraguay y la cultura
guaraní, que trascienden el localismo y se convierten en una meditación social,
política, estética y metafísica. Entre sus obras: Hijo de hombre, Guerra del Chaco y Yo el Supremo, una novela de dictador y la más importante de su
producción.
Juan
Rulfo representa con su breve obra la culminación de la novela de la
Revolución mexicana. El llano en llamas
es un libro de dieciséis cuentos con los que supera el realismo tradicional
incorporando técnicas novedosas como el monólogo interior o la ruptura de la
linealidad temporal. Nos muestra un mundo cerrado y hostil (Jalisco) que da
lugar a una honda meditación sobre temas universales como la soledad, la
violencia y el dolor. Su obra maestra es una novela corta, Pedro Páramo, con la que da un giro al realismo mágico: lo real no
es menos mágico, lo fantástico no puede diferenciarse de lo cotidiano, pero la
América mítica y ancestral (el México heredado de la cultura azteca y su culto
a la muerte) no es paradisíaca sino infernal. También escribió algunos guiones
cinematográficos.
4.4.
Novela hispanoamericana desde 1960.
A partir de los años 60 hay una difusión
internacional de la novela hispanoamericana, por lo que se habló de boom de la
novela y de nueva novela hispanoamericana, aunque la renovación partía de
autores de décadas anteriores (Borges, Onetti, Carpentier, Cortázar), algunos
de los cuales habían marchado al exilio y tuvieron acceso al mundo editorial
europeo. Influyeron en la literatura mundial, principalmente en la española,
cuyo papel fue decisivo para la renovación de la novela.
Los autores que habían publicado
tiempo atrás escriben sus obras más características: Rayuela, El siglo de las luces… Junto a ellos, aparecen nuevos
novelistas que incorporan en sus obras innovaciones técnicas de la literatura
universal del siglo XX, la tradición narrativa hispanoamericana anterior y son
deudores de la novela española clásica, especialmente Cervantes, lo libros de
caballerías y los autores clásicos barrocos.
G.
García Márquez (Colombia) Desde los años 50 compagina su labor periodística con la escritura de
cuentos y novelas cortas, como La
hojarasca, en la que funde lo real con lo imaginario y aparece ya Macondo,
ese lugar imaginario que volverá a surgir en otros relatos como El coronel no tienen quien le escriba o Mala hora, y que se ha interpretado como
símbolo de América Latina. El ambiente, los personajes, los temas y la técnica
de estos primeros libros se reúnen en Cien
años de soledad, novela que se centra en los temas del tiempo y la soledad,
producto del ensimismamiento, la incomunicación y la falta de amor. La técnica
de la novela se basa en la metamorfosis de lo común en algo extraordinario o al
revés con total naturalidad. Otras novelas: El
otoño del patriarca (novela de dictador), Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del
cólera.
Carlos Fuentes (México) es heredero de la novela de la
Revolución mexicana. El tema principal de su obra es la identidad mexicana,
pero como escritor cosmopolita nos ofrece una visión distanciada y crítica de
México y de América Latina. En su novela La
región más transparente experimenta con nuevas técnicas narrativas, pero
será La muerte de Artemio Cruz el
hito en la renovación novelística. Otras novelas: Zona sagrada, Cambio de piel.
Mario
Vargas Llosa (Perú). Su obra La
ciudad y los perros es la novela inaugural del boom. No incorpora en sus
obras elementos fantásticos o maravillosos y se caracteriza por su gran
capacidad de fabulación, el virtuosismo narrativo, la inclusión de elementos
autobiográficos y el realismo crítico en obras como La casa verde o Pantaleón y
las visitadoras. En La guerra del fin
del mundo abandona sus simpatías izquierdistas de los años 60 y desconfía
de las ideologías progresistas, tono antirrevolucionario que se acentuará en La fiesta del chivo o Historia de Mayta.
No
hay espacio ni tiempo para abarcar toda la narrativa hispanoamericana de los
últimos 60 años, pero hay que mencionar nombres imprescindibles como Mario
Benedetti, Álvaro Mutis, Roberto Bolaño o Cabrera Infante.
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domingo, 26 de abril de 2015
SERRAT: POEMAS DE MIGUEL HERNÁNDEZ
"Para la libertad"
"El niño yuntero"
"Nanas de la cebolla"
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miércoles, 22 de abril de 2015
TEMA 10: LA POESÍA POSTERIOR A 1939.
1.
INTRODUCCIÓN
En
los años que preceden al estallido de la guerra civil, la poesía había
comenzado un proceso de rehumanización alimentado por el sentimiento de
compromiso ante la realidad, en el cual tuvo una gran influencia el
Surrealismo. Más tarde se percibe una vuelta a lo humano a través de los
clásicos y se toma a Garcilaso como maestro de expresión vital. La revista Cruz y raya jugó un papel fundamental en la
difusión de este proceso de rehumanización. Los autores más destacados en este
momento que cultivaron poesía social fueron: Rafael
Alberti ( El poeta en la
calle (1931-1936), De un momento a otro o Entre
el clavel y la espada.), Luis
Cernuda (Las nubes).
Destaca
en estos años la figura de Miguel
Hernández. En 1936 aparece El
rayo que no cesa. Poco
después la guerra supondría, al igual que ocurriría con los demás géneros, un
corte brutal en la creación poética. En El
rayo que no cesa se
concentran sus tres temas fundamentales: vida, amor y muerte, aunque en el
centro, siempre el amor, un anhelo vitalista que se estrella contra las
barreras que se alzan a su paso. Con el estallido de la guerra somete su fuerza
creadora a los fines más inmediatos con títulos como Viento del pueblo, con el que
inicia una etapa de poesía
comprometida o El hombre acecha. Este autor supone un puente entre dos
etapas de la poesía española: sus contactos con la Generación del 27 y la
llamada Generación del 36 (la de Celaya, Rosales...), en la que a veces se le
incluye.
2. DÉCADA DE LOS CUARENTA.
En
la década de los cuarenta y los primeros años de los cincuenta, nos encontramos
con poetas más o menos coetáneos a Miguel Hernández. Nacidos en torno a 1910,
se les suele agrupar bajo la denominación “Generación
del 36”, que incluye a poetas como Luis
Rosales, Dionisio Ridruejo, Gabriel Celaya, Luis Felipe Vivanco, Juan
Gil-Albert o Leopoldo Panero. Se ha hablado también de una generación
escindida ya que parte de ellos continuaron su obra en el exilio. Los que
siguen en España se orientan por diversos caminos que Dámaso Alonso redujo a
dos: poesía arraigada y poesía desarraigada, aunque hay otras tendencias.
POESÍA ARRAIGADA
Así
llamó Dámaso Alonso a la poesía de aquellos autores que se expresan “con una
luminosa y reglada creencia en la organización de la realidad”. Se trata de un
grupo de poetas que se autodenomina juventud creadora y que se
agrupan en torno a la revistas Escorial y fundamentalmente Garcilaso, fundada en el 43, de
ahí que también se les llamara garcilasistas. Vuelven sus ojos a Garcilaso y a
otros “poetas del Imperio”. Han salido de la contienda con un afán optimista de
claridad, de perfección, de orden. En puras formas clásicas, encierran una
visión del mundo coherente, ordenada y serena. Uno de los temas dominantes es
un firme sentimiento religioso, junto con temas tradicionales (el amor, el
paisaje...). Se trata de una poesía humanizada pero evasiva, independiente de
los problemas sociales del momento.
A
tales características responde la poesía de Luis
Rosales (Abril), Leopoldo Panero, Luis Felipe
Vivanco (Cantos de
primavera), Dionisio
Ridruejo o José García Nieto (Víspera hacia ti). Algunos
darían un giro ideológico, como Ridruejo, y otros buscarían nuevas formas: el
máximo exponente de esta búsqueda será la obra de Luis Rosales La casa encendida (1949), conjunto de largos
poemas en versículos y de lenguaje personalísimo.
POESÍA DESARRAIGADA
Quedaría
opuesta a la anterior por estas palabras de Dámaso
Alonso: “Para otros, el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía
una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de
toda armonía y de toda serenidad”. Es, pues, una poesía que reacciona contra el
formalismo y neoclasicismo de los garcilasistas. A esta desazón dramática
respondió su obra Hijos de
la ira (1944), que
preside toda una veta de creación poética de aquel momento y Sombra del paraíso de Vicente
Aleixandre. En este caso será la revista Espadaña, fundada en 1944
por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, la que acoja a los poetas de esta
tendencia. Se trata de una poesía arrebatada, de agrio tono trágico (que a
veces fue calificada de tremendista), una poesía desazonada que se
enfrenta con un mundo deshecho y caótico, invadido por el sufrimiento y la
angustia. La religiosidad está muy presente, pero en ellos adopta el tono de la
desesperanza o la duda, o en ocasiones se manifiesta en desamparadas invocaciones
e imprecaciones a Dios sobre el misterio del dolor humano. Este humanismo
dramático tiene un entronque con la línea existencialista. El estilo es bronco,
directo, más sencillo y menos preocupado por los primores estéticos. Estas son
las características de esta poesía que se preocupa por el hombre, antes de que
desemboque claramente en una“poesía social”.
En
esta línea se incluyen poetas entre los que destacaremos a Dámaso Alonso, Gabriel Celaya y
Blas de Otero. Hubo otros muchos: Victoruano crémer, Eugenio de Mora, José
Luis Hidalgo, Carlos Bousoño o Vicente Gaos.
OTRAS TENDENCIAS
Las
tendencias de la poesía de estos años no se agotan con las dos expuestas en los
epígrafes anteriores; de hecho, ni siquiera entre éstas puede establecerse una
tajante distinción, ya que en ocasiones se observan momentos de zozobra en los
poetas arraigados y de serenidad en algún poeta desarraigado. Y surgen ya en
aquellos años autores muy difíciles de encasillar en esta dicotomía, como José Hierro y José María
Valverde.
En
una posición marginal con respecto a las dos tendencias señaladas, surge un
movimiento conocido como postismo,
fundado en 1945 po rEduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y otros. Abreviatura de
Postsurrealismo enlaza con la poesía de vanguardia: reivindica la libertad
expresiva, la imaginación, lo lúdico... Pretende ser un “surrealismo ibérico”.
Rechaza la angustia existencialista y, frente a la inminente poesía social, se
representará como una rebeldía subjetiva, aunque no menos antiburguesa. Entre
ellos destacan Edmundo de Ory y Alejandro Carriedo.
Un
lugar especial merece el grupo Cántico de Córdoba, que mantenía en la
posguerra el entronque con el 27 y cultivaba una poesía predominantemente
intimista y de gran rigor estético, cuya valoración plena no llegaría hasta los
años 70. Sus principales figuras son Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio
Aumente y, sobre todo, Pablo García Baena.
3. DÉCADA DE LOA AÑOS CINCUENTA: LA POESÍA SOCIAL.
Hacia
1955 se consolida en todos los géneros el llamado realismo social. De esta fecha
son dos libros de poemas que marcan un hito: Pido
la paz y la palabra, de Blas
de Otero, y Cantos
iberos de Gabriel Celaya. Ambos poetas
superan en estas obras su etapa anterior de angustia existencial para situar
los problemas humanos en un marco social. Uno de los poetas de 27, Vicente Aleixandre, dará un
giro profundo a su obra con Historia
del corazón, centrada en la idea de solidaridad. Otra obra fundamental
es Antología consultada (1952), antología poética que
recoge la poesía social de los mejores poetas del momento como Celaya, Crémer,
J.Hierro, Nora, Ramón Garciasol, López Pacheco...
Partiendo
de la poesía desarraigada, hemos llegado a la poesía social: se impone un nuevo
concepto de la función de la poesía en el mundo. La poesía debe tomar partido
ante los problemas del mundo que la rodea y el poeta se hace solidario de los
demás hombres y antepone los objetivos más inmediatos a las metas estéticas: la
preocupación por el contenido es mayor que el interés por valores formales o
estéticos. Para Celaya La
poesía es un arma cargada de futuro.
Poesía
es, pues, un acto de solidaridad con los que sufren, abandonando la expresión
de los problemas íntimos o existenciales ; rechazo de los lujos esteticistas,
repulsa de la neutralidad ante la injusticia o los conflictos sociales.
En
cuanto a la temática, el tema de España se hace protagonista, más obsesivo aún
que en los noventayochistas y con un enfoque político. Dentro de esta
preocupación y del propósito de un realismo crítico se sitúan temas concretos
como la injusticia social, la alienación, el mundo del trabajo, el anhelo de
libertad y de un mundo mejor. De ahí el estilo dominante en este tipo de
poesía: se dirigen a la mayoría, por lo que emplean un lenguaje claro,
intencionalmente prosaico en muchas ocasiones, y un tono coloquial. A pesar del
peligro de caer en una poesía banal, los grandes poetas descubrieron los
valores poéticos de la lengua de todos los días. Sin embargo, pronto fueron
conscientes de que el pueblo realmente no estaba en condiciones de leer poesía
y llegó el desengaño: es muy difícil transformar el mundo usando como arma la
poesía.
El
cansancio de la poesía social no tardó en llegar y, como en los demás géneros,
se irá acentuando en la década de los sesenta.
En
cuanto a los autores, hay que dividirlos en dos grupos: por un lado, los poetas
que publican sus obras en los años 40 o incluso antes, como Gabriel Celaya, Blas de Otero o
José Hierro; y por otro, los poetas de la llamada “Generación de medio siglo”.
4. LA DÉCADA DE LOS AÑOS SESENTA: DE LA POESÍA
SOCIAL A UNA NUEVA POÉTICA.
Ya
durante los años del auge del realismo social se observaron otras tendencias: José Hierro o José Mª Valverde no pueden encasillarse en esta
tendencia por su variedad de temas y enfoques, aunque presenten a veces acentos
sociales.
Aunque
la poesía social se prolonga en los años sesenta, ya en los cincuenta empiezan
a aparecer poetas nuevos que, aunque en sus comienzos tengan acentos sociales,
representarán su superación. Los más notorios son Ángel González (Sin esperanza,
con convencimiento), Jaime Gil de Biedma (Moralidades), José Ángel
Valente(Poemas a Lázaro, La memoria y los signos) o Claudio Rodríguez (Alianza y
condena, Conjuros, Poesía...) Junto
a ellos, otros como Francisco Brines, Carlos Barral, Caballero Bonald, J.A,
Goytisolo... han sido recogidos en algunas antologías bajo la denominación “Grupo poético de los años 50” o
“Generación de medio siglo”.
Aunque
en realidad no configuren un grupo, lo cierto es que hay en ellos notas comunes
ya que llevaron a la poesía por nuevos caminos. Hay en ellos una preocupación
por el hombre, pero huyen de todo tratamiento patético; dan frecuentes muestras
de inconformismo con el mundo que los rodea, pero también cierto escepticismo
que les aleja de la poesía social, aunque en alguno de ellos se ha señalado un
realismo crítico. Lo propio de estos autores es la consolidación de una poesía
de experiencia personal, de ahí que muchas veces se haya hablado de poesía de la experiencia para denominar esta corriente.
En
su temática se aprecia una vuelta al intimismo: el fluir del tiempo, la
evocación nostálgica de la infancia... En la atención de lo cotidiano pueden
surgir quejas, protestas o ironías, que revelan su inconformismo. Pero otras
desemboca en cierto escepticismo dolorido, en una conciencia de aislamiento y
de soledad.
En
cuanto al estilo, se alejan de los modos de las tendencias anteriores: se
rechaza por igual el patetismo de la “poesía desarraigada” (pese al habitual
sentimiento de desarraigo de estos poetas) y el prosaísmo de los poetas
sociales. Llevan a cabo una labor de depuración y de concentración de la
palabra, lo que revela un mayor rigor en el trabajo poético. Junto a ello, cada
poeta busca un lenguaje personal, nuevo, más sólido, aunque no les atraen las
experiencias vanguardistas y se quedan en un tono cálido y cordial,
contrapesado con un frecuente empleo de una ironía triste y reveladora de ese
escepticismo.
Con
estos poetas renace el interés por los valores estéticos.
5. LA
DÉCADA DE LOS SETENTA: LOS “NOVÍSIMOS”.
Durante la década de
los setenta y sobre a partir de la segunda mitad, empiezan a publicar poetas
jóvenes que han nacido después de la Guerra Civil, entre 1939 y 1948. La
publicación en 1970 de la antología Nueve “novísimos” poetas españoles, de José María
Castellet, nos da a conocer a estos jóvenes que consideraban que la poesía es
una manera específica de tratar el lenguaje: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez
Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina
Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero.
A este lanzamiento se
habían adelantado algunos de ellos: Pere Gimferrer tenía publicados sus
libros Arde el mar (1966) y La muerte en Beverly
Hills (1968), y Guillermo Carnero el poemario Dibujo de la muerte (1967).
Todos ellos son
representativos de una nueva sensibilidad dentro de la llamada Generación del 68. Tuvieron una “nueva
educación sentimental” en la que, junto a una formación tradicional y estrecha,
se vieron influenciados por el cine, los discos, la televisión, los cómics...,
tuvieron acceso a libros antes difíciles de encontrar y entraron en contacto
con otras tendencias culturales en sus viajes por el extranjero.
Su bagaje cultural y literario es amplio y sus
influencias: poetas hispanoamericanos como Vallejo u Octavio Paz, algunos
poetas del 27 (principalmente Cernuda y Aleixandre) y otros poetas posteriores
que, al margen de la poesía social, ya habían intentado renovar el lenguaje
poético (el grupo Cántico, postistas, Gil de Biedma, Valente...), a los que hay
que añadir otros poetas extranjeros. Y sus poemas están llenos, como veremos,
de referencias al mundo del cine, de la música o del cómic.
En la temática
encontramos lo “personal” (infancia, amor, erotismo...) junto a lo “público”
(la sociedad de consumo, la guerra de Vietnam...). Al lado de tonos graves
(ecos de un íntimo malestar) aparece también una provocadora e insolente
frivolidad: Marilyn Monroe se codea con el Che Guevara. Frente a la sociedad de
consumo son sarcásticos y corrosivos, pero también se muestran escépticos ante
la posibilidad de que la poesía pueda cambiar el mundo. En lo personal y en lo
político, son inconformistas y disidentes; pero como poetas, persiguen metas
estéticas. Ante todo, lo que les importa es el estilo: la renovación del
lenguaje poético es el objetivo principal, y junto a otros modelos, en el
Surrealismo vieron una lección de ruptura con la lógica de un mundo absurdo.
Los rasgos más novedosos: recuperación de las actitudes vanguardistas
(Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo), tanto las de preguerra (generación del 27)
como las posteriores a 1940 (grupo “Cántico”, postismo, parasurrealismo de M.
Labordeta); incorporación brusca de una serie de lenguajes habitualmente ajenos
al ámbito literario: el lenguaje del cine, de la publicidad, del cómic o de la
música moderna; voluntad de hermetismo y autosuficiencia poemáticos situada en
las antípodas del pragmatismo de la poesía social; postura esteticista, plena
de referencias culturales eruditas al mundo de las artes, es la seguida por Luis Antonio de Villena (Hymnica (1979); Huir del invierno (1981); otra dirección recibió el
nombre de “metapoesía”, y
critica la ingenuidad de la literatura realista, defendiendo la autonomía de lo
literario y la insondable ambigüedad del lenguaje; intentos de denuncia de la manipulación social
y política a través del lenguaje, renacimiento de actitudes decadentistas y
vanguardistas, en autores como Félix de Azúa, José Miguel Ullán, Manuel Vázquez
Montalbán o del tal vez más famoso de todos ellos, Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street (1970); Narciso (1979)).
Frente
a los novísimos, en los mismos años 70, se alza el Equipo de Claraboya (Agustín Delgado, Luis Mateo Díez, Ángel
Fierro y J. Antonio Llamas). Su antología Teoría
y poemas (1971),
supuso un duro ataque contra los novísimos, a los que acusó de neodecadentes.
Propugnaban una poesía heredada de la conciencia social.
Los
poetas más jóvenes, los que se dan a conocer a finales de los setenta o ya en
los ochenta, continúan en parte las líneas apuntadas, pero parecen alejarse de
los aspectos más característicos de los novísimos y alejarse del vanguardismo
más estridente, a la par que aumenta un mayor interés por la expresión de la intimidad y por las formas
tradicionales.
En
la abundante producción poética de los últimos años del siglo XX y principios
del actual, coexisten en el panorama de la lírica española diversas tendencias.
El poeta y crítico José Luis García Martín en Treinta años de poesía
española, ha sintetizado los aspectos más importantes de tales tendencias:
intimismo, surrealismo, neorromanticismo, recuperación de la anécdota, lenguaje
coloquial, gusto por contar historias en el poema (narratividad) y por hacer
hablar a distintos personajes (abunda el “monólogo dramático”), preferencia por
los procedimientos retóricos “invisibles” (los que no parecen existir), amplio
uso de la ironía y la parodia, alternancia de estrofas tradicionales con el
verso libre y preferencia por el marco urbano. Algunos, de los muchos, de estos
autores: Ana Rosetti, Álvaro Valverde, Blanca Andreu, César Antonio Molina,
Miguel D'Ors, Javier Salvago o Jon Juaristi; y, especialmente, Luis García
Montero.
TE
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sábado, 18 de abril de 2015
TEMA 12. LA NOVELA ESPAÑOLA DE 1975 A FINES DE SIGLO XX. AUTORES, TENDENCIAS Y OBRAS PRINCIPALES.
A la muerte de Franco (20 de noviembre de 1975), se
restaura la monarquía con Juan Carlos I y se promulga la Constitución y el
Estado de las Autonomías en 1978. La mejora y consolidación del estado del
bienestar ayuda a la estabilización del país (aunque de los últimos años mejor
no hablamos...). La desaparición de la censura y el ambiente de libertad en el
que comenzó a desarrollarse la cultura española permitió un mejor conocimiento
de la literatura española en Europa y de la literatura occidental en España,
así como la recuperación de la obra de los escritores exiliados.
La publicación en 1975 de La verdad sobre el caso
Savolta[1],
de Eduardo Mendoza, significa el nuevo giro de la narrativa española,
que vuelve al "placer de contar". A pesar de que incorpora elementos
formales que permiten entroncarla con la novela experimental, revela una vuelta
al realismo, al interés por la trama argumental, al viejo placer de contar
historias, rasgo que se convertirá en el principal nexo de unión de las
diversas modalidades de relato en esta etapa:
Se simplifican las estructuras narrativas, que
eliminan la complejidad textual anterior; se recupera el argumento, la trama y
los personajes, contándose una historia cerrada y continua; se utilizan las
personas narrativas tradicionales (primera y tercera)... Se trata de una
narrativa que se dirige a un lector medio que prefiere el entretenimiento a la
complejidad narrativa.
En los últimos veinte años ha crecido
espectacularmente el número de publicaciones a causa de la gran cantidad de
premios literarios que existen actualmente y del boom editorial (se publican
unos 75.000 títulos cada año, de los cuales constituyen novedades unos 10.000).
De hecho, el mercado impone su peso a la literatura, de manera que se comienza
a publicar con la finalidad de vender una gran cantidad de obras de escaso valor
literario. El término inglés best seller se asienta entre
nuestros autores y cabe hablar de una novela comercial de fácil lectura y
rápido olvido, como suelen ser las novelas históricas, románticas, policiacas o
las novelas fantásticas orientadas al público juvenil.
Además de esa vuelta al interés por la historia
contada y de la enorme proliferación de títulos, otras características de esta
época son el incremento del número de escritoras (Almudena Grandes -El
corazón helado, 2007-, Dulce Chacón, Elvira Lindo, Rosa Montero, Lucía
Etxebarría...), la vinculación entre la labor literaria y la periodística (son
frecuentes las colaboraciones en prensa de los más destacados narradores y cabe
citar, en este sentido, los articuentos de Juan José Millás) o el gusto
creciente por el relato corto (y, en los últimos años, incluso del
microrrelato).
Otros aspectos significativos de la novela española
en los últimos treinta años son el individualismo (cada autor emprende
un camino personal con la pretensión de diferenciarse al máximo de sus
contemporáneos, lo cual permite hablar de desorientación estética) y el eclecticismo:
los autores se acogen prácticamente a todas las tendencias, modalidades,
discursos, temas, experiencias y preocupaciones personales.
Por eso y porque hace falta un poco más de
perspectiva para analizar el panorama actual, es difícil clasificar la
novela actual en distintas tendencias. Podemos, eso sí, observar que en las
últimas décadas del siglo XX conviven autores de distintas generaciones
anteriores: novelistas de la posguerra inmediata (Cela, Delibes, Torrente
Ballester), algunos novelistas de la "Generación del 50" (Juan
Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute...), autores posteriores como
Juan Marsé o Manuel Vázquez Montalbán, además de nuevos escritores dados a
conocer después del franquismo, como Julio Llamazares, Javier Marías, Luis
Mateo Díez, Antonio Muñoz Molina, Luis Landero, etc.
Perduran las novelas herederas del experimentalismo,
novelas minoritarias y culturalistas, herméticas y experimentales, como Escuela
de mandarines (1974), de Miguel Espinosa, la tetralogía Antagonía
(1973-1981) de Luis Goytisolo o Larva (1983), de Julián Ríos. Al margen
de esto, podemos identificar ciertas tendencias temáticas:
Metanovela: el narrador reflexiona sobre los
aspectos teóricos de la novela que suele trasladar a la ficción como motivo del
relato. Algunos ejemplos: La orilla oscura (1985), de José Mª Merino; El
desorden de tu nombre (1987), de Juan José Millás; o El vano ayer
(2004), de Isaac Rosa.
Novela lírica: el valor esencial es la
introspección, así como calidad técnica con que está escrita, la búsqueda de la
perfección formal. Centra su interés en un mundo más sugerente que concreto,
con personaje-símbolo y una mayor tendencia al lenguaje poético. Mortal y
rosa (1975), de Francisco Umbral; La lluvia amarilla (1988), de
Julio Llamazares; o El lápiz del carpintero (1998), de Manuel Rivas.
Novela histórica: se trata de un tipo de
novela de gran precisión histórica que obliga al novelista a documentarse sobre
el período, acontecimientos y personajes sobre los que pretende novelar. Pueden
servirnos de ejemplos El oro de los sueños (1986), de José María Merino;
La vieja sirena (1990), de José Luis Sampedro; la saga de las novelas de
Pérez-Reverte, El capitán Alatriste (1996); Tierra firme (2007),
de Matilde Asensi... Dentro de esta tendencia cabe citar aquella que se ocupa
de la reconstrucción de la historia de la Guerra Civil. Se trata de obras como Luna
de lobos (1985), de Julio Llamazares; Soldados de Salamina (2001),
de Javier Cercas; La voz dormida (2002), de Dulce Chacón; Las trece
rosas (2003), de Jesús Ferrero; Los girasoles ciegos (2004) de
Alberto Méndez...
Novela policíaca y de intriga: mezcla esquemas
policíacos con aspectos políticos e históricos. La serie de novelas sobre el
detective Carvalho (que sirve como crónica sociopolítica, mordaz e irónica de
la transición democrática) o Galíndez (1990) convierten a Manuel Vázquez
Montalbán en el escritor más representativo; aunque no es el único, ya que de
algunos elementos de este género también se han servido Eduardo Mendoza (La
ciudad de los prodigios, 1986), Arturo Pérez-Reverte (La tabla de
Flandes, 1990), Antonio Muñoz Molina (Plenilunio, 1997) o Carlos
Ruiz Zafón (La sombra del viento, 2001).
Novela de la memoria y del testimonio: de
enfoque realista, la memoria de una generación y el compromiso son los temas
básicos de esta corriente, que abarca también el mundo onírico, irracional o
absurdo. En esta línea cabría mencionar el realismo carnavalesco de Luis Mateo
Díez (La fuente de la edad, 1986), el realismo imaginario de Luis
Landero (Juegos de la edad tardía, 1989), así como la decidida defensa
de la condición femenina de Rosa Montero en Te trataré como a una reina
(1981), la revisión crítica de los desajustes sociales de nuestro tiempo de
Rafael Chirbes (Crematorio, 2007) o la revisión caleidoscópica de la
Transición de El día de mañana (2011), de Ignacio Martínez de Pisón.
Novela de pensamiento: cercana al ensayo, se
trata de un tipo de narrativa en la que se difuminan las fronteras entre la
novela y el ensayo, pues da cauce a múltiples digresiones sobre las
preocupaciones del autor, en un tono cercano a veces a lo autobiográfico. Un
ejemplo de ello es Sefarad (2001), de Antonio Muñoz Molina, o muchas de
las obras de Javier Marías (Todas las almas (1989), Negra espalda del
tiempo (1998), Tu rostro mañana, 2009).
Novela neorrealista o de la generación X: otra
tendencia en la novela de los autores más jóvenes es la de hacer una novela que
trata los problemas de la juventud urbana (sus salidas nocturnas en las grandes
ciudades, el uso y abuso de drogas, del sexo, del alcohol y de la música
rock...), con una estética muy cercana a la contracultura: Héroes
(1993), de Ray Loriga; Historias del Kronen (1994), de José Ángel Mañas;
Sexo, prozac y dudas (1997), de Lucía Etxebarría; o Deseo de ser punk
(2009), de Belén Gopegui).
Entre los novelistas de este período sobresalen,
por la coherencia de su trayectoria y el reconocimiento crítico, tres autores:
Eduardo Mendoza, Javier Marías y Antonio Muñoz Molina:
EDUARDO MENDOZA (Barcelona, 1943) publicó en
1975 La verdad sobre el caso Savolta, título que, en buena medida, puede
considerarse el punto de partida de la narrativa actual. En obras posteriores,
Mendoza ha mostrado su excepcional capacidad paródica: El misterio de la
cripta embrujada (1978), El laberinto de las aceitunas (1982) y Sin
noticias de Gurb (1992) actualizan y subvierten de forma hilarante los
tópicos de tres géneros consagrados: la novela de misterio, la novela negra o
policíaca y la novela de ciencia ficción. La ciudad de los prodigios
(1986) es la más ambiciosa de sus obras y probablemente la más lograda; en ella
se recrea la evolución histórica y social de la ciudad de Barcelona en el
período comprendido entre las exposiciones universales de 1888 y 1929, tomando
como hilo conductor la progresión en la escala social del protagonista. Más
recientemente ha publicado La aventura del tocador de señoras (2001), El
asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) o El enredo de la bolsa y la
vida (2012).
La obra de JAVIER MARÍAS (Madrid, 1951)
constituye una de las apuestas más originales de las últimas décadas. Las
novelas y cuentos de este autor se distinguen por la presencia de una serie de
temas obsesivos, como el misterio de la identidad personal y la reflexión sobre
el tiempo. Su estilo, muy elaborado, posee una rara capacidad envolvente, que
difumina y transforma la realidad. Entre sus obras destacan Todas las almas
(1989), Corazón tan blanco (1992) y Mañana en la batalla piensa en mí
(1994). El tiempo y la identidad personal son temas que aparecen con fuerza en
sus últimas novelas, como en Negra espalda del tiempo (1998), juego
entre la realidad y la ficción literaria, o en la más reciente trilogía
titulada Tu rostro mañana, su obra más ambiciosa. Se trata del autor con
más proyección internacional: sus obras han sido traducidas a 40 idiomas y
publicadas en 50 países.
En la narrativa de ANTONIO MUÑOZ MOLINA
(Úbeda, 1956) se conjugan de forma armónica el rigor en la construcción del
relato y la preocupación por elaborar un argumento atractivo para el lector.
Destaca asimismo la calidad de la prosa, intensa, que se desarrolla en períodos
amplios, de ritmo muy cuidado. Sobresalen entre sus obras El invierno en
Lisboa (1987), una magnífica novela de intriga; El jinete polaco
(1991), evocación autobiográfica que juega hábilmente con los tiempos del
relato; y Plenilunio (1997), acertado intento de remozar el género
policiaco. Sefarad (2001) huye del argumento tradicional y desarrolla en
clave de literatura personajes y situaciones históricas. Su última novela, La
noche de los tiempos (2009), es una historia que bucea en los orígenes de
la guerra civil española y posiblemente se trate de una de las mejores obras de
la década.

[1]
La novela se desarrolla en la Barcelona de 1917-1918, en la cual Javier Miranda
– el protagonista – se ve envuelto en la muerte del industrial Savolta. Mendoza
utiliza tres puntos de vista diferentes: el del protagonista (1ª persona), el
narrador omnisciente, y los documentos del juicio.
Etiquetas:
Literatura,
Siglo XX
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