1.
INTRODUCCIÓN
En
los años que preceden al estallido de la guerra civil, la poesía había
comenzado un proceso de rehumanización alimentado por el sentimiento de
compromiso ante la realidad, en el cual tuvo una gran influencia el
Surrealismo. Más tarde se percibe una vuelta a lo humano a través de los
clásicos y se toma a Garcilaso como maestro de expresión vital. La revista Cruz y raya jugó un papel fundamental en la
difusión de este proceso de rehumanización. Los autores más destacados en este
momento que cultivaron poesía social fueron: Rafael
Alberti ( El poeta en la
calle (1931-1936), De un momento a otro o Entre
el clavel y la espada.), Luis
Cernuda (Las nubes).
Destaca
en estos años la figura de Miguel
Hernández. En 1936 aparece El
rayo que no cesa. Poco
después la guerra supondría, al igual que ocurriría con los demás géneros, un
corte brutal en la creación poética. En El
rayo que no cesa se
concentran sus tres temas fundamentales: vida, amor y muerte, aunque en el
centro, siempre el amor, un anhelo vitalista que se estrella contra las
barreras que se alzan a su paso. Con el estallido de la guerra somete su fuerza
creadora a los fines más inmediatos con títulos como Viento del pueblo, con el que
inicia una etapa de poesía
comprometida o El hombre acecha. Este autor supone un puente entre dos
etapas de la poesía española: sus contactos con la Generación del 27 y la
llamada Generación del 36 (la de Celaya, Rosales...), en la que a veces se le
incluye.
2. DÉCADA DE LOS CUARENTA.
En
la década de los cuarenta y los primeros años de los cincuenta, nos encontramos
con poetas más o menos coetáneos a Miguel Hernández. Nacidos en torno a 1910,
se les suele agrupar bajo la denominación “Generación
del 36”, que incluye a poetas como Luis
Rosales, Dionisio Ridruejo, Gabriel Celaya, Luis Felipe Vivanco, Juan
Gil-Albert o Leopoldo Panero. Se ha hablado también de una generación
escindida ya que parte de ellos continuaron su obra en el exilio. Los que
siguen en España se orientan por diversos caminos que Dámaso Alonso redujo a
dos: poesía arraigada y poesía desarraigada, aunque hay otras tendencias.
POESÍA ARRAIGADA
Así
llamó Dámaso Alonso a la poesía de aquellos autores que se expresan “con una
luminosa y reglada creencia en la organización de la realidad”. Se trata de un
grupo de poetas que se autodenomina juventud creadora y que se
agrupan en torno a la revistas Escorial y fundamentalmente Garcilaso, fundada en el 43, de
ahí que también se les llamara garcilasistas. Vuelven sus ojos a Garcilaso y a
otros “poetas del Imperio”. Han salido de la contienda con un afán optimista de
claridad, de perfección, de orden. En puras formas clásicas, encierran una
visión del mundo coherente, ordenada y serena. Uno de los temas dominantes es
un firme sentimiento religioso, junto con temas tradicionales (el amor, el
paisaje...). Se trata de una poesía humanizada pero evasiva, independiente de
los problemas sociales del momento.
A
tales características responde la poesía de Luis
Rosales (Abril), Leopoldo Panero, Luis Felipe
Vivanco (Cantos de
primavera), Dionisio
Ridruejo o José García Nieto (Víspera hacia ti). Algunos
darían un giro ideológico, como Ridruejo, y otros buscarían nuevas formas: el
máximo exponente de esta búsqueda será la obra de Luis Rosales La casa encendida (1949), conjunto de largos
poemas en versículos y de lenguaje personalísimo.
POESÍA DESARRAIGADA
Quedaría
opuesta a la anterior por estas palabras de Dámaso
Alonso: “Para otros, el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía
una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de
toda armonía y de toda serenidad”. Es, pues, una poesía que reacciona contra el
formalismo y neoclasicismo de los garcilasistas. A esta desazón dramática
respondió su obra Hijos de
la ira (1944), que
preside toda una veta de creación poética de aquel momento y Sombra del paraíso de Vicente
Aleixandre. En este caso será la revista Espadaña, fundada en 1944
por Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, la que acoja a los poetas de esta
tendencia. Se trata de una poesía arrebatada, de agrio tono trágico (que a
veces fue calificada de tremendista), una poesía desazonada que se
enfrenta con un mundo deshecho y caótico, invadido por el sufrimiento y la
angustia. La religiosidad está muy presente, pero en ellos adopta el tono de la
desesperanza o la duda, o en ocasiones se manifiesta en desamparadas invocaciones
e imprecaciones a Dios sobre el misterio del dolor humano. Este humanismo
dramático tiene un entronque con la línea existencialista. El estilo es bronco,
directo, más sencillo y menos preocupado por los primores estéticos. Estas son
las características de esta poesía que se preocupa por el hombre, antes de que
desemboque claramente en una“poesía social”.
En
esta línea se incluyen poetas entre los que destacaremos a Dámaso Alonso, Gabriel Celaya y
Blas de Otero. Hubo otros muchos: Victoruano crémer, Eugenio de Mora, José
Luis Hidalgo, Carlos Bousoño o Vicente Gaos.
OTRAS TENDENCIAS
Las
tendencias de la poesía de estos años no se agotan con las dos expuestas en los
epígrafes anteriores; de hecho, ni siquiera entre éstas puede establecerse una
tajante distinción, ya que en ocasiones se observan momentos de zozobra en los
poetas arraigados y de serenidad en algún poeta desarraigado. Y surgen ya en
aquellos años autores muy difíciles de encasillar en esta dicotomía, como José Hierro y José María
Valverde.
En
una posición marginal con respecto a las dos tendencias señaladas, surge un
movimiento conocido como postismo,
fundado en 1945 po rEduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y otros. Abreviatura de
Postsurrealismo enlaza con la poesía de vanguardia: reivindica la libertad
expresiva, la imaginación, lo lúdico... Pretende ser un “surrealismo ibérico”.
Rechaza la angustia existencialista y, frente a la inminente poesía social, se
representará como una rebeldía subjetiva, aunque no menos antiburguesa. Entre
ellos destacan Edmundo de Ory y Alejandro Carriedo.
Un
lugar especial merece el grupo Cántico de Córdoba, que mantenía en la
posguerra el entronque con el 27 y cultivaba una poesía predominantemente
intimista y de gran rigor estético, cuya valoración plena no llegaría hasta los
años 70. Sus principales figuras son Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio
Aumente y, sobre todo, Pablo García Baena.
3. DÉCADA DE LOA AÑOS CINCUENTA: LA POESÍA SOCIAL.
Hacia
1955 se consolida en todos los géneros el llamado realismo social. De esta fecha
son dos libros de poemas que marcan un hito: Pido
la paz y la palabra, de Blas
de Otero, y Cantos
iberos de Gabriel Celaya. Ambos poetas
superan en estas obras su etapa anterior de angustia existencial para situar
los problemas humanos en un marco social. Uno de los poetas de 27, Vicente Aleixandre, dará un
giro profundo a su obra con Historia
del corazón, centrada en la idea de solidaridad. Otra obra fundamental
es Antología consultada (1952), antología poética que
recoge la poesía social de los mejores poetas del momento como Celaya, Crémer,
J.Hierro, Nora, Ramón Garciasol, López Pacheco...
Partiendo
de la poesía desarraigada, hemos llegado a la poesía social: se impone un nuevo
concepto de la función de la poesía en el mundo. La poesía debe tomar partido
ante los problemas del mundo que la rodea y el poeta se hace solidario de los
demás hombres y antepone los objetivos más inmediatos a las metas estéticas: la
preocupación por el contenido es mayor que el interés por valores formales o
estéticos. Para Celaya La
poesía es un arma cargada de futuro.
Poesía
es, pues, un acto de solidaridad con los que sufren, abandonando la expresión
de los problemas íntimos o existenciales ; rechazo de los lujos esteticistas,
repulsa de la neutralidad ante la injusticia o los conflictos sociales.
En
cuanto a la temática, el tema de España se hace protagonista, más obsesivo aún
que en los noventayochistas y con un enfoque político. Dentro de esta
preocupación y del propósito de un realismo crítico se sitúan temas concretos
como la injusticia social, la alienación, el mundo del trabajo, el anhelo de
libertad y de un mundo mejor. De ahí el estilo dominante en este tipo de
poesía: se dirigen a la mayoría, por lo que emplean un lenguaje claro,
intencionalmente prosaico en muchas ocasiones, y un tono coloquial. A pesar del
peligro de caer en una poesía banal, los grandes poetas descubrieron los
valores poéticos de la lengua de todos los días. Sin embargo, pronto fueron
conscientes de que el pueblo realmente no estaba en condiciones de leer poesía
y llegó el desengaño: es muy difícil transformar el mundo usando como arma la
poesía.
El
cansancio de la poesía social no tardó en llegar y, como en los demás géneros,
se irá acentuando en la década de los sesenta.
En
cuanto a los autores, hay que dividirlos en dos grupos: por un lado, los poetas
que publican sus obras en los años 40 o incluso antes, como Gabriel Celaya, Blas de Otero o
José Hierro; y por otro, los poetas de la llamada “Generación de medio siglo”.
4. LA DÉCADA DE LOS AÑOS SESENTA: DE LA POESÍA
SOCIAL A UNA NUEVA POÉTICA.
Ya
durante los años del auge del realismo social se observaron otras tendencias: José Hierro o José Mª Valverde no pueden encasillarse en esta
tendencia por su variedad de temas y enfoques, aunque presenten a veces acentos
sociales.
Aunque
la poesía social se prolonga en los años sesenta, ya en los cincuenta empiezan
a aparecer poetas nuevos que, aunque en sus comienzos tengan acentos sociales,
representarán su superación. Los más notorios son Ángel González (Sin esperanza,
con convencimiento), Jaime Gil de Biedma (Moralidades), José Ángel
Valente(Poemas a Lázaro, La memoria y los signos) o Claudio Rodríguez (Alianza y
condena, Conjuros, Poesía...) Junto
a ellos, otros como Francisco Brines, Carlos Barral, Caballero Bonald, J.A,
Goytisolo... han sido recogidos en algunas antologías bajo la denominación “Grupo poético de los años 50” o
“Generación de medio siglo”.
Aunque
en realidad no configuren un grupo, lo cierto es que hay en ellos notas comunes
ya que llevaron a la poesía por nuevos caminos. Hay en ellos una preocupación
por el hombre, pero huyen de todo tratamiento patético; dan frecuentes muestras
de inconformismo con el mundo que los rodea, pero también cierto escepticismo
que les aleja de la poesía social, aunque en alguno de ellos se ha señalado un
realismo crítico. Lo propio de estos autores es la consolidación de una poesía
de experiencia personal, de ahí que muchas veces se haya hablado de poesía de la experiencia para denominar esta corriente.
En
su temática se aprecia una vuelta al intimismo: el fluir del tiempo, la
evocación nostálgica de la infancia... En la atención de lo cotidiano pueden
surgir quejas, protestas o ironías, que revelan su inconformismo. Pero otras
desemboca en cierto escepticismo dolorido, en una conciencia de aislamiento y
de soledad.
En
cuanto al estilo, se alejan de los modos de las tendencias anteriores: se
rechaza por igual el patetismo de la “poesía desarraigada” (pese al habitual
sentimiento de desarraigo de estos poetas) y el prosaísmo de los poetas
sociales. Llevan a cabo una labor de depuración y de concentración de la
palabra, lo que revela un mayor rigor en el trabajo poético. Junto a ello, cada
poeta busca un lenguaje personal, nuevo, más sólido, aunque no les atraen las
experiencias vanguardistas y se quedan en un tono cálido y cordial,
contrapesado con un frecuente empleo de una ironía triste y reveladora de ese
escepticismo.
Con
estos poetas renace el interés por los valores estéticos.
5. LA
DÉCADA DE LOS SETENTA: LOS “NOVÍSIMOS”.
Durante la década de
los setenta y sobre a partir de la segunda mitad, empiezan a publicar poetas
jóvenes que han nacido después de la Guerra Civil, entre 1939 y 1948. La
publicación en 1970 de la antología Nueve “novísimos” poetas españoles, de José María
Castellet, nos da a conocer a estos jóvenes que consideraban que la poesía es
una manera específica de tratar el lenguaje: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez
Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina
Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero.
A este lanzamiento se
habían adelantado algunos de ellos: Pere Gimferrer tenía publicados sus
libros Arde el mar (1966) y La muerte en Beverly
Hills (1968), y Guillermo Carnero el poemario Dibujo de la muerte (1967).
Todos ellos son
representativos de una nueva sensibilidad dentro de la llamada Generación del 68. Tuvieron una “nueva
educación sentimental” en la que, junto a una formación tradicional y estrecha,
se vieron influenciados por el cine, los discos, la televisión, los cómics...,
tuvieron acceso a libros antes difíciles de encontrar y entraron en contacto
con otras tendencias culturales en sus viajes por el extranjero.
Su bagaje cultural y literario es amplio y sus
influencias: poetas hispanoamericanos como Vallejo u Octavio Paz, algunos
poetas del 27 (principalmente Cernuda y Aleixandre) y otros poetas posteriores
que, al margen de la poesía social, ya habían intentado renovar el lenguaje
poético (el grupo Cántico, postistas, Gil de Biedma, Valente...), a los que hay
que añadir otros poetas extranjeros. Y sus poemas están llenos, como veremos,
de referencias al mundo del cine, de la música o del cómic.
En la temática
encontramos lo “personal” (infancia, amor, erotismo...) junto a lo “público”
(la sociedad de consumo, la guerra de Vietnam...). Al lado de tonos graves
(ecos de un íntimo malestar) aparece también una provocadora e insolente
frivolidad: Marilyn Monroe se codea con el Che Guevara. Frente a la sociedad de
consumo son sarcásticos y corrosivos, pero también se muestran escépticos ante
la posibilidad de que la poesía pueda cambiar el mundo. En lo personal y en lo
político, son inconformistas y disidentes; pero como poetas, persiguen metas
estéticas. Ante todo, lo que les importa es el estilo: la renovación del
lenguaje poético es el objetivo principal, y junto a otros modelos, en el
Surrealismo vieron una lección de ruptura con la lógica de un mundo absurdo.
Los rasgos más novedosos: recuperación de las actitudes vanguardistas
(Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo), tanto las de preguerra (generación del 27)
como las posteriores a 1940 (grupo “Cántico”, postismo, parasurrealismo de M.
Labordeta); incorporación brusca de una serie de lenguajes habitualmente ajenos
al ámbito literario: el lenguaje del cine, de la publicidad, del cómic o de la
música moderna; voluntad de hermetismo y autosuficiencia poemáticos situada en
las antípodas del pragmatismo de la poesía social; postura esteticista, plena
de referencias culturales eruditas al mundo de las artes, es la seguida por Luis Antonio de Villena (Hymnica (1979); Huir del invierno (1981); otra dirección recibió el
nombre de “metapoesía”, y
critica la ingenuidad de la literatura realista, defendiendo la autonomía de lo
literario y la insondable ambigüedad del lenguaje; intentos de denuncia de la manipulación social
y política a través del lenguaje, renacimiento de actitudes decadentistas y
vanguardistas, en autores como Félix de Azúa, José Miguel Ullán, Manuel Vázquez
Montalbán o del tal vez más famoso de todos ellos, Leopoldo María Panero (Así se fundó Carnaby Street (1970); Narciso (1979)).
Frente
a los novísimos, en los mismos años 70, se alza el Equipo de Claraboya (Agustín Delgado, Luis Mateo Díez, Ángel
Fierro y J. Antonio Llamas). Su antología Teoría
y poemas (1971),
supuso un duro ataque contra los novísimos, a los que acusó de neodecadentes.
Propugnaban una poesía heredada de la conciencia social.
Los
poetas más jóvenes, los que se dan a conocer a finales de los setenta o ya en
los ochenta, continúan en parte las líneas apuntadas, pero parecen alejarse de
los aspectos más característicos de los novísimos y alejarse del vanguardismo
más estridente, a la par que aumenta un mayor interés por la expresión de la intimidad y por las formas
tradicionales.
En
la abundante producción poética de los últimos años del siglo XX y principios
del actual, coexisten en el panorama de la lírica española diversas tendencias.
El poeta y crítico José Luis García Martín en Treinta años de poesía
española, ha sintetizado los aspectos más importantes de tales tendencias:
intimismo, surrealismo, neorromanticismo, recuperación de la anécdota, lenguaje
coloquial, gusto por contar historias en el poema (narratividad) y por hacer
hablar a distintos personajes (abunda el “monólogo dramático”), preferencia por
los procedimientos retóricos “invisibles” (los que no parecen existir), amplio
uso de la ironía y la parodia, alternancia de estrofas tradicionales con el
verso libre y preferencia por el marco urbano. Algunos, de los muchos, de estos
autores: Ana Rosetti, Álvaro Valverde, Blanca Andreu, César Antonio Molina,
Miguel D'Ors, Javier Salvago o Jon Juaristi; y, especialmente, Luis García
Montero.
TE
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