A mi juicio, lo característico
del arte nuevo, desde el punto de vista sociológico, es que divide al público
en estas dos clases de hombres: los que lo entienden y los que no lo entienden.
Esto implica que los unos poseen un órgano de comprensión negado, por tanto, a
los otros, que son dos variedades distintas de la especia humana. El arte
nuevo, por lo visto, no es para todo el mundo, como el romántico, sino que va,
desde luego, dirigido a una minoría especialmente dotada. De aquí la irritación
que despierta en la masa. Cuando a uno no le gusta una obra de arte, pero la ha
comprendido, se siente superior a ella y no ha lugar a la irritación. Mas
cuando el disgusto que la obra causa nace de que no se la ha entendido, queda
el hombre como humillado, con una oscura conciencia de su inferioridad que
necesita compensar mediante la indignada afirmación de sí mismo frente a la
obra. El arte joven, con sólo presentarse, obliga al buen burgués a sentirse
tal y como es: buen burgués, ente
incapaz de sacramentos artísticos, ciego y sordo a toda belleza pura. Ahora
bien: esto no puede hacerse impunemente después de cien años de halago omnímodo
a la masa y apoteosis del pueblo. Habituada a predominar en todo, la masa se
siente ofendida en sus derechos del hombre por el arte nuevo, que es un arte de
privilegio, de nobleza de nervios, de aristocracia instintiva. Dondequiera que
las musas se presentan la masa las cocea.
Para el hombre de la generación
novísima el arte es una cosa sin trascendencia. Una vez escrita esta frase me
espanto de ella, al advertir su innumerable irradiación de significados
diferentes. Porque no se trata de que a cualquier hombre de hoy le parezca el
arte cosa sin importancia o menos importante que al hombre de ayer, sino que el
artista mismo ve su arte como una labor
intrascendente. Pero aun esto no expresa con rigor la verdadera situación.
Porque el hecho no es que al artista le interese poco su obra y oficio sino que
le interesa precisamente porque no tiene importancia grave y en la medida que
carecen de ella. No se entiende bien el caso si no se le mira en confrontación
con lo que era el arte hace treinta años y, en general, durante todo el siglo
pasado. Poesía o música eran entonces actividades de enorme calibre; se
esperaba de ellas poco menos que la salvación de la especie humana sobre la
ruina de las religiones. Su tema solía consistir en los más graves problemas de
la humanidad.
A un artista de hoy sospecho
que le aterraría verse ungido con tan enorme misión y obligado a tratar en su
obra materias capaces de tamañas repercusiones. Precisamente le empieza a saber
algo a fruto artístico cuando empieza a notar que el aire pierde seriedad y las
cosas comienzan a brincar livianamente, libres de toda formalidad. Ese pirueteo
universal es para él el signo auténtico de que las musas existen. Si cabe decir
que el arte salva al hombre, es sólo porque le salva de la seriedad de la vida
y suscita en él inesperada puericia. Vuelve a ser símbolo del arte la flauta
mágica de Pan, que hace danzar los chivos en la linde del bosque.
Todo el arte nuevo resulta
comprensible y adquiere cierta dosis de grandeza cuando se le interpreta como
un ensayo de crear puerilidad en un mundo viejo. Otros estilos obligaban a que
se les pusiera en conexión con los dramáticos movimientos sociales y políticos
o bien con las profundas corrientes filosóficas o religiosas. El nuevo estilo, por el contrario, solicita,
ser aproximado al triunfo de los deportes y juegos. Son dos hechos hermanos, de
la misma oriundez.
Ortega
y Gasset La deshumanización del arte
- El gato mira la
tertulia como si le diese sueño la conversación
- El ciego mueve su
blanco bastón como tomando la temperatura de la indiferencia humana.
- ¿Qué lee el
jardinero? Hojas ... hojas del almanaque.
- Los paréntesis salen
de las cejas del escritor.
- Los recuerdos
encogen como las camisetas.
- La luna: apuntador
mudo de la noche.
- La medicina ofrece
curar dentro de cien años a los que se están muriendo ahora mismo.
- Cuando se llega al
verdadero escepticismo es cuando por fin se sabe que escepticismo no se
escribe con x.
- La jirafa es el
periscopio para ver los horizontes del desierto.
- La mosca se posa
sobre lo escrito, lo lee y se va como despreciando lo que ha leído. ¡Es el
más exigente crítico literario!
- El agua no tiene
memoria: por eso es tan limpia.
- Gracias a las gotas
de rocío tiene ojos la flor para ver la belleza del cielo.
- ¿No os dice nada el
que tantos grandes hombres hayan muerto?
A mí me dice más eso que lo que ellos dijeron en vida.
- Comidas las uvas,
quedan en el plato las venas de racimo.
- Fruncimos las cejas
porque queremos pillar con pinzas algún gran pensamiento que se nos
escapa.
- En el río pasan
ahogados todos los espejos del pasado.
- Los ojos de los
muertos miran las nubes que no volverán.
- Plebiscito s una
palabra en diminutivo porque lo que menos figura en él es el voto de la
plebe.
- ¡Qué amargo es ver
el tiempo en el reloj de arena! Es como beberse una copa de desierto.
- El látigo traza en
el aire la rúbrica del tirano.
- Los que se
desperezan son como salvajes que disparan su flecha al aire.
- El vagabundo hace un
gesto de millonario cuando, como echando mano a la cartera, lo que hace es
rascarse la axila.
- Las vacas escriben
con el tintero de sus ojos el poema
de la resignación.
- Los ojos de las
estatuas lloran su inmortalidad.
- El libro es el
salvavidas de la soledad.
Ramón
Gómez de la Serna Greguerías
vestida de inocencia;
y la amé como un niño
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes;
y la fui odiando, sin saberlo.
Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros
¡Que iracundia de yel y sin sentido!
. . . Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda . . .
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!
El viaje definitivo

cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico . . .

verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido . . .
Y se quedarán los pájaros cantando.
Juan Ramón Jiménez
I. Queremos cantar el amor al peligro, a la fuerza y a la temeridad.
II. Los elementos capitales de nuestra poesía, serán el coraje, la audacia y la rebelión.
III. Contrastando con la literatura que ha magnificado hasta hoy la inmovilidad de pensamiento, el éxtasis y el sueño, nosotros vamos a glorificar el movimiento agresivo, el insomnio febriciente, el paso gimnástico, el salto arriesgado, las bofetadas y el puñetazo.
IV. Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carrera con su vientre ornado de gruesas tuberías, parecidas a serpientes de aliento explosivo y furioso... un automóvil que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotrhacia.
V. Queremos cantar al hombre que es dueño del volante cuyo eje ideal atraviesa la Tierra lanzada sobre el circuito de su órbita.
Vl. Es necesario que el poeta se desviva, con ardor, con fuego, con prodigalidad por aumentar el fervor entusiasta de los elementos primordiales, su ignición.
Vll. No hay belleza más que en la lucha. No debe admitirse un jefe de escuela si no tiene un carácter recalcitrantemente violento. La poesía debe ser un asalto agresivo contra las fuerzas anónimas y desconocidas para hacerlas que se inclinen ante el hombre.
VlIl. ¡Estamos sobre el promontorio extremo de los siglos! ¿A qué mirar detrás de nosotros, que es como ahondar en la misteriosa alforja de lo imposible? El Tiempo y el Espacio han muerto. Vivimos ya en el Absoluto, puesto que hemos creado la celeridad omnipresente.
IX. Queremos glorificar la guerra—única higiene del mundo—el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan y el desprecio a la mujer.
X. Queremos demoler los museos, las bibliotecas, combatir el moralismo, el feminismo y todas las cobardías oportunistas y utilitarias
XI.Cantaremos a las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, el placer o la rebeldía, las resacas multicolores y polifonas de las revoluciones en las capitales modernas: la vibración nocturna de los arsenales y de los almacenes bajo sus violentas lunas eléctricas, las estaciones ahitas, pobladas de serpientes atezadas y humosas, las fábricas suspendidas de las nubes por el bramante de sus chimeneas; los puentes parecidos al salto de un gigante sobre la cuchillería diabólica y mortal de los ríos, los barcos aventureros olfateando siempre el horizonte, las locomotivas en su gran chiquero, que piafan sobre los railes, bridadas por largos tubos fatalizados, y el vuelo alto de los aeroplanos, en los que la hélice tiene chasquidos de banderolas y de salvas de aplausos, salvas calurosas de cien muchedumbres.

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