A la muerte de Franco (20 de noviembre de 1975), se
restaura la monarquía con Juan Carlos I y se promulga la Constitución y el
Estado de las Autonomías en 1978. La mejora y consolidación del estado del
bienestar ayuda a la estabilización del país (aunque de los últimos años mejor
no hablamos...). La desaparición de la censura y el ambiente de libertad en el
que comenzó a desarrollarse la cultura española permitió un mejor conocimiento
de la literatura española en Europa y de la literatura occidental en España,
así como la recuperación de la obra de los escritores exiliados.
La publicación en 1975 de La verdad sobre el caso
Savolta[1],
de Eduardo Mendoza, significa el nuevo giro de la narrativa española,
que vuelve al "placer de contar". A pesar de que incorpora elementos
formales que permiten entroncarla con la novela experimental, revela una vuelta
al realismo, al interés por la trama argumental, al viejo placer de contar
historias, rasgo que se convertirá en el principal nexo de unión de las
diversas modalidades de relato en esta etapa:
Se simplifican las estructuras narrativas, que
eliminan la complejidad textual anterior; se recupera el argumento, la trama y
los personajes, contándose una historia cerrada y continua; se utilizan las
personas narrativas tradicionales (primera y tercera)... Se trata de una
narrativa que se dirige a un lector medio que prefiere el entretenimiento a la
complejidad narrativa.
En los últimos veinte años ha crecido
espectacularmente el número de publicaciones a causa de la gran cantidad de
premios literarios que existen actualmente y del boom editorial (se publican
unos 75.000 títulos cada año, de los cuales constituyen novedades unos 10.000).
De hecho, el mercado impone su peso a la literatura, de manera que se comienza
a publicar con la finalidad de vender una gran cantidad de obras de escaso valor
literario. El término inglés best seller se asienta entre
nuestros autores y cabe hablar de una novela comercial de fácil lectura y
rápido olvido, como suelen ser las novelas históricas, románticas, policiacas o
las novelas fantásticas orientadas al público juvenil.
Además de esa vuelta al interés por la historia
contada y de la enorme proliferación de títulos, otras características de esta
época son el incremento del número de escritoras (Almudena Grandes -El
corazón helado, 2007-, Dulce Chacón, Elvira Lindo, Rosa Montero, Lucía
Etxebarría...), la vinculación entre la labor literaria y la periodística (son
frecuentes las colaboraciones en prensa de los más destacados narradores y cabe
citar, en este sentido, los articuentos de Juan José Millás) o el gusto
creciente por el relato corto (y, en los últimos años, incluso del
microrrelato).
Otros aspectos significativos de la novela española
en los últimos treinta años son el individualismo (cada autor emprende
un camino personal con la pretensión de diferenciarse al máximo de sus
contemporáneos, lo cual permite hablar de desorientación estética) y el eclecticismo:
los autores se acogen prácticamente a todas las tendencias, modalidades,
discursos, temas, experiencias y preocupaciones personales.
Por eso y porque hace falta un poco más de
perspectiva para analizar el panorama actual, es difícil clasificar la
novela actual en distintas tendencias. Podemos, eso sí, observar que en las
últimas décadas del siglo XX conviven autores de distintas generaciones
anteriores: novelistas de la posguerra inmediata (Cela, Delibes, Torrente
Ballester), algunos novelistas de la "Generación del 50" (Juan
Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute...), autores posteriores como
Juan Marsé o Manuel Vázquez Montalbán, además de nuevos escritores dados a
conocer después del franquismo, como Julio Llamazares, Javier Marías, Luis
Mateo Díez, Antonio Muñoz Molina, Luis Landero, etc.
Perduran las novelas herederas del experimentalismo,
novelas minoritarias y culturalistas, herméticas y experimentales, como Escuela
de mandarines (1974), de Miguel Espinosa, la tetralogía Antagonía
(1973-1981) de Luis Goytisolo o Larva (1983), de Julián Ríos. Al margen
de esto, podemos identificar ciertas tendencias temáticas:
Metanovela: el narrador reflexiona sobre los
aspectos teóricos de la novela que suele trasladar a la ficción como motivo del
relato. Algunos ejemplos: La orilla oscura (1985), de José Mª Merino; El
desorden de tu nombre (1987), de Juan José Millás; o El vano ayer
(2004), de Isaac Rosa.
Novela lírica: el valor esencial es la
introspección, así como calidad técnica con que está escrita, la búsqueda de la
perfección formal. Centra su interés en un mundo más sugerente que concreto,
con personaje-símbolo y una mayor tendencia al lenguaje poético. Mortal y
rosa (1975), de Francisco Umbral; La lluvia amarilla (1988), de
Julio Llamazares; o El lápiz del carpintero (1998), de Manuel Rivas.
Novela histórica: se trata de un tipo de
novela de gran precisión histórica que obliga al novelista a documentarse sobre
el período, acontecimientos y personajes sobre los que pretende novelar. Pueden
servirnos de ejemplos El oro de los sueños (1986), de José María Merino;
La vieja sirena (1990), de José Luis Sampedro; la saga de las novelas de
Pérez-Reverte, El capitán Alatriste (1996); Tierra firme (2007),
de Matilde Asensi... Dentro de esta tendencia cabe citar aquella que se ocupa
de la reconstrucción de la historia de la Guerra Civil. Se trata de obras como Luna
de lobos (1985), de Julio Llamazares; Soldados de Salamina (2001),
de Javier Cercas; La voz dormida (2002), de Dulce Chacón; Las trece
rosas (2003), de Jesús Ferrero; Los girasoles ciegos (2004) de
Alberto Méndez...
Novela policíaca y de intriga: mezcla esquemas
policíacos con aspectos políticos e históricos. La serie de novelas sobre el
detective Carvalho (que sirve como crónica sociopolítica, mordaz e irónica de
la transición democrática) o Galíndez (1990) convierten a Manuel Vázquez
Montalbán en el escritor más representativo; aunque no es el único, ya que de
algunos elementos de este género también se han servido Eduardo Mendoza (La
ciudad de los prodigios, 1986), Arturo Pérez-Reverte (La tabla de
Flandes, 1990), Antonio Muñoz Molina (Plenilunio, 1997) o Carlos
Ruiz Zafón (La sombra del viento, 2001).
Novela de la memoria y del testimonio: de
enfoque realista, la memoria de una generación y el compromiso son los temas
básicos de esta corriente, que abarca también el mundo onírico, irracional o
absurdo. En esta línea cabría mencionar el realismo carnavalesco de Luis Mateo
Díez (La fuente de la edad, 1986), el realismo imaginario de Luis
Landero (Juegos de la edad tardía, 1989), así como la decidida defensa
de la condición femenina de Rosa Montero en Te trataré como a una reina
(1981), la revisión crítica de los desajustes sociales de nuestro tiempo de
Rafael Chirbes (Crematorio, 2007) o la revisión caleidoscópica de la
Transición de El día de mañana (2011), de Ignacio Martínez de Pisón.
Novela de pensamiento: cercana al ensayo, se
trata de un tipo de narrativa en la que se difuminan las fronteras entre la
novela y el ensayo, pues da cauce a múltiples digresiones sobre las
preocupaciones del autor, en un tono cercano a veces a lo autobiográfico. Un
ejemplo de ello es Sefarad (2001), de Antonio Muñoz Molina, o muchas de
las obras de Javier Marías (Todas las almas (1989), Negra espalda del
tiempo (1998), Tu rostro mañana, 2009).
Novela neorrealista o de la generación X: otra
tendencia en la novela de los autores más jóvenes es la de hacer una novela que
trata los problemas de la juventud urbana (sus salidas nocturnas en las grandes
ciudades, el uso y abuso de drogas, del sexo, del alcohol y de la música
rock...), con una estética muy cercana a la contracultura: Héroes
(1993), de Ray Loriga; Historias del Kronen (1994), de José Ángel Mañas;
Sexo, prozac y dudas (1997), de Lucía Etxebarría; o Deseo de ser punk
(2009), de Belén Gopegui).
Entre los novelistas de este período sobresalen,
por la coherencia de su trayectoria y el reconocimiento crítico, tres autores:
Eduardo Mendoza, Javier Marías y Antonio Muñoz Molina:
EDUARDO MENDOZA (Barcelona, 1943) publicó en
1975 La verdad sobre el caso Savolta, título que, en buena medida, puede
considerarse el punto de partida de la narrativa actual. En obras posteriores,
Mendoza ha mostrado su excepcional capacidad paródica: El misterio de la
cripta embrujada (1978), El laberinto de las aceitunas (1982) y Sin
noticias de Gurb (1992) actualizan y subvierten de forma hilarante los
tópicos de tres géneros consagrados: la novela de misterio, la novela negra o
policíaca y la novela de ciencia ficción. La ciudad de los prodigios
(1986) es la más ambiciosa de sus obras y probablemente la más lograda; en ella
se recrea la evolución histórica y social de la ciudad de Barcelona en el
período comprendido entre las exposiciones universales de 1888 y 1929, tomando
como hilo conductor la progresión en la escala social del protagonista. Más
recientemente ha publicado La aventura del tocador de señoras (2001), El
asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) o El enredo de la bolsa y la
vida (2012).
La obra de JAVIER MARÍAS (Madrid, 1951)
constituye una de las apuestas más originales de las últimas décadas. Las
novelas y cuentos de este autor se distinguen por la presencia de una serie de
temas obsesivos, como el misterio de la identidad personal y la reflexión sobre
el tiempo. Su estilo, muy elaborado, posee una rara capacidad envolvente, que
difumina y transforma la realidad. Entre sus obras destacan Todas las almas
(1989), Corazón tan blanco (1992) y Mañana en la batalla piensa en mí
(1994). El tiempo y la identidad personal son temas que aparecen con fuerza en
sus últimas novelas, como en Negra espalda del tiempo (1998), juego
entre la realidad y la ficción literaria, o en la más reciente trilogía
titulada Tu rostro mañana, su obra más ambiciosa. Se trata del autor con
más proyección internacional: sus obras han sido traducidas a 40 idiomas y
publicadas en 50 países.
En la narrativa de ANTONIO MUÑOZ MOLINA
(Úbeda, 1956) se conjugan de forma armónica el rigor en la construcción del
relato y la preocupación por elaborar un argumento atractivo para el lector.
Destaca asimismo la calidad de la prosa, intensa, que se desarrolla en períodos
amplios, de ritmo muy cuidado. Sobresalen entre sus obras El invierno en
Lisboa (1987), una magnífica novela de intriga; El jinete polaco
(1991), evocación autobiográfica que juega hábilmente con los tiempos del
relato; y Plenilunio (1997), acertado intento de remozar el género
policiaco. Sefarad (2001) huye del argumento tradicional y desarrolla en
clave de literatura personajes y situaciones históricas. Su última novela, La
noche de los tiempos (2009), es una historia que bucea en los orígenes de
la guerra civil española y posiblemente se trate de una de las mejores obras de
la década.

[1]
La novela se desarrolla en la Barcelona de 1917-1918, en la cual Javier Miranda
– el protagonista – se ve envuelto en la muerte del industrial Savolta. Mendoza
utiliza tres puntos de vista diferentes: el del protagonista (1ª persona), el
narrador omnisciente, y los documentos del juicio.