LA EDUCACIÓN
HUMANISTA.
(Fragmento del
discurso de recepción del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2001)
Doris Lessing
Érase
una vez un tiempo -y parece muy lejano ya- en el que existía una figura
respetada, la persona culta. Él -solía ser él, pero con el tiempo pasó a ser
cada vez más ella- recibía una educación que difería poco de un país a otro -me
refiero por supuesto a Europa- pero que era muy distinta a lo que conocemos
hoy. William Hazlitt, nuestro gran ensayista, fue a una escuela a finales del
siglo XVIII cuyo plan de estudios era cuatro veces más completo que el de una
escuela equiparable de ahora: una amalgama de los principios básicos de la
lengua, el derecho, el arte, la religión y las matemáticas. Se daba por sentado
que esta educación, ya de por sí densa y profunda, sólo era una faceta del
desarrollo personal, ya que los alumnos tenían la obligación de leer, y así lo
hacían.
Este
tipo de educación, la educación humanista, está desapareciendo. Cada vez más
los gobiernos -entre ellos el británico- animan a los ciudadanos a adquirir
conocimientos profesionales, mientras no se considera útil para la sociedad
moderna la educación entendida como el desarrollo integral de la persona.
La
educación de antaño habría contemplado la literatura e historia griegas y
latinas, y la Biblia, como la base para todo lo demás. Él -o ella- leía a los
clásicos de su propio país, tal vez a uno o dos de Asia, y a los más conocidos
escritores de otros países europeos, a Goethe, a Shakespeare, a Cervantes, a los
grandes rusos, a Rousseau.
Esto
ya no existe.
El
griego y el latín están desapareciendo. En muchos países la Biblia y la
religión ya no se estudian. A una chica que conozco la llevaron a París para
ampliar sus miras -que falta le hacía- y aunque destacaba en sus estudios,
confesó que nunca había oído hablar de católicos y protestantes, que no sabía
nada de la historia del Cristianismo ni de cualquier otra religión. La llevaron
a oír misa a Nôtre Dame, le dijeron que esta ceremonia era desde hacía siglos
base de la cultura europea, y que debería por lo menos saber algo de ello, y
ella lo presenció todo obedientemente, tal y como presenciaría una ceremonia de
té japonesa, y luego preguntó: "¿Entonces, estas personas son una especie
de caníbales?".
Hay
un nuevo tipo de persona culta, que pasa por el colegio y la universidad
durante veinte, veinticinco años, que sabe todo sobre una materia -la
informática, el derecho, la economía, la política- pero que no sabe nada de
otras cosas, nada de literatura, arte, historia, y quizá se le oiga preguntar:
"Pero, entonces, ¿qué fue el Renacimiento?" o "¿Qué fue la
Revolución Francesa?"
Quedan
parcelas de la excelencia de antaño en alguna universidad, alguna escuela, en
el aula de algún profesor anticuado enamorado de los libros, quizás en algún
periódico o revista. Pero ha desaparecido la cultura que una vez unió a Europa
y sus vástagos de Ultramar.
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