DON JUAN
TENORIO, JOSÉ DE
ZORRILLA
- Autor:
José de Zorrilla (1817-1893)
Ya
desde niño se destacaba en él una exaltada imaginación y una propensión a lo
misterioso y plástico. En contra de lo que su padre esperaba de él, llegar a
ser un gran abogado, pasó sus años de estudiante leyendo a los románticos,
escribiendo versos y representando antiguas comedias refundidas “a lo divino”
por los padres jesuitas.
Dos fueron las ciudades que le dejaron
una honda huella. En Sevilla el sentimiento del paisaje se apoderó de él y sus
rincones más pintorescos aparecerán constantemente en su obra literaria. En
Toledo sintió los hechizos de sus calles moriscas, de sus antiguas sinagogas,
de sus puentes romanos..., y será ésta otra ciudad presente en su obra y
escenario obligado de muchas de sus leyendas.
Cuando por fin llegó a Madrid, meca de
sus aspiraciones literarias, vivió días de estrecheces y bohemia, siempre
alerta para evitar a los ministriles de su padre que le buscaban. Los versos
que leyó en el entierro de Larra (que se había suicidado dos días antes) le
consagraron oficialmente como poeta y su producción literaria se iniciará desde
entonces.
Pero ni siquiera sus éxitos literarios
convencieron a su padre. Esta desavenencia y distanciamiento familiar fueron
para él una obsesión. Cuando tres años después de la muerte de su madre, en
1849, fallece su padre, cae en una profunda amargura. Don José Zorrilla
Caballero había muerto sin llamarle a su lado, de cara a la pared como gesto de
condena de los éxitos literarios de su hijo. Entre 1850 y 1854 su producción
literaria fue casi nula.
En realidad su actividad productiva se
centró entre 1837 (año de la muerte de Larra) y 1850. Durante este período
poesías, leyendas y dramas se sucedieron en constante progresión. En 1844 apareció
su obra cumbre, Don Juan Tenorio, que le elevaría a la apoteosis de la
popularidad. Traidor, inconfeso y mártir (1849) fue el tercer gran drama
de Zorrilla.
Lo que más estimó de toda su obra fueron
las leyendas. El legendario cristiano A buen juez mejor testigo y otras
leyendas supusieron los bocetos de piezas dramáticas con elementos donjuanescos
que preconizaban el Tenorio. Zorrilla recogió los temas de la tradición
popular, de vidas de santos, de dramas del Siglo de Oro, de romances, de
novelas y de crónicas antiguas.
Los últimos años del poeta
transcurrieron entre las dulzuras del éxito, la gloria y la fama conseguida, y
las amarguras que le produjeron las dificultades económicas y los problemas de
salud. Cuando muere en 1893 miles de personas acuden a su entierro en Madrid, y
periódicos y revistas del mundo hispánico se hacen eco de este auténtico y
espontáneo dolor de la patria. La celebridad que consiguió en vida en todas las
esferas sociales se debió a su dedicación literaria al pueblo.
Sin embargo, de la obra que le dio fama
dijo a los 64 años que estaba llena de errores que se reducían al amaneramiento
y mal gusto de situaciones, “ripios y hojarasca” en la versificación y la
desafortunada creación de don Juan, personaje sin carácter y con defectos
enormes. Por ello pensó en una refundición del drama que corregiría estos
defectos y le hiciera recobrar los derechos de la obra, que había vendido años
antes y que estaba enriqueciendo a editores, actores y empresarios, mientras él
vivía prácticamente de la caridad pública. Nunca ocurrió.
También hay que destacar de sus últimos
años de vida la amargura que le producía el sentirse anticuado, un escritor
lleno de prestigio, pero cuyo mensaje había perdido actualidad. De ahí su
frustración al no conseguir que los editores aceptaran sus obras.
- Contexto
cultural de la España del último tercio del siglo XIX.
El
período romántico se había caracterizado por el predominio de la poesía y,
sobre todo, del drama. Sin embargo, a partir de 1870, con la aparición de la
primera obra de Galdós, La fontana de oro, surge un mayor interés por la
novela con una marcada tendencia al realismo costumbrista, psicológico y
social. La Restauración (1874) incrementa aún más dicho interés y da obras como
Pepita Jiménez, El sombrero de tres picos. Galdós, por su parte, escribe
profusamente sus Episodios Nacionales desde 1873. En ellos, y a
diferencia de los románticos como Zorrilla, que exaltaban el pasado español,
descubre la historia española inmediata, la del siglo XIX, más asequible al
público a que se dirige y más conforme con su sentido de actualidad, de ansia
por una España nueva, de responsabilidad ante la problemática nacional,
trayectoria claramente precedente del 98.
En
1879 Galdós cierra la segunda serie de sus Episodios. La novela
histórica pasa temporalmente de moda. Don Benito, observador atento a los
gustos del público, abre la serie de “novelas contemporáneas”, obras
ideológicas, de tesis y tendencia social, en consonancia con los gustos y
corrientes de la época.
En
el terreno del drama encontramos, sin embargo, una excepción, la del “rezagado
romántico” Echegaray, que se fabricó su propia receta teatral: resucita el
drama romántico en su forma más florida, melodramática y efectista, y le aplica
el moderno teatro realista de ideas y nuevos problemas de la época positivista.
Desliga de sus dramas el pasado histórico y legendario, sin situarlos tampoco
en la época contemporánea. Sus tipos son símbolos de violentas pasiones humanas
en conflicto con los rígidos conceptos del deber y del honor calderonianos, y
les hace llegar, por medio de fines efectistas, a una solución detonante de
moral implacable, sin tener en cuenta la lógica interna y natural de las
pasiones humanas. (buscar algo de Echegaray). Esta fórmula hizo de Echegaray el
“monstruo de la naturaleza” de su tiempo. Y Zorrilla, por el contrario,
romántico cantor de las glorias nacionales, en un pasado histórico y
legendario, sonaba a eco anticuado en una época burguesa, materialista y
crítica, de gustos e ideas positivistas.
- Don
Juan Tenorio, drama
romántico.
El
estreno en 1835 de Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas,
supone la inauguración solemne del romanticismo español. Pero su dominio en las
letras patrias va a durar poco más de una época.
Lo
dominante en el espíritu del romanticismo español es el retorno a la Edad
Media, el entronque con la tradición nacional del Siglo de Oro, la de Lope,
Calderón y el Romancero. Los dos representantes máximos del romanticismo
nacional fueron Rivas y Zorrilla.
Don Juan Tenorio es la obra más representativa del teatro romántico español con
su poder de parodia clásica: tiene todos los elementos de la obra seria, pero
sin bases para la credibilidad. Es una refundición del Burlador de Sevilla de
Tirso y del Convidado de piedra de Zamora. Con técnica y sensibilidad
románticas el poeta revive la figura mítica del libertino, creada por Tirso.
Sus
rasgos de héroe romántico y lo esencial de la intriga y acción cobran
vigor con la presencia del antagonista, Luis Mejía, de personalidad paralela a
la de Juan, aunque más esquemática y desdibujada. El rígido código del honor
clásico está representado en don Gonzalo de Ulloa con la misma inflexibilidad
que en los dramas calderonianos. Brígida encarna la tradición celestinesca.
Ciutti es la “figura del donaire”, tan esencial en el Siglo de Oro.
Lucía es la criada clásica, materialista e infiel, que vende a su ama
por dinero. Une además Zorrilla el tema del “burlador” con el de “el convidado
de piedra” y su banquete macabro.
Pero
la gran contribución de Zorrilla y del romanticismo al tema donjuanesco es la
bella creación de doña Inés, ángel de amor, “Virgen maría” medianera, que hace
posible la salvación del libertino. La salvación por el amor sitúa el drama
dentro del gusto romántico: la unión de la mujer y el amor contribuye a ese
alto de redención romántica.
El
estilo del drama está en armonía con el tono paródico propio de estas
obras románticas. Los personajes usan un castellano moderno, aunque salpicado
de ciertos arcaísmos, giros, juramentos e interjecciones que abundan en los
dramas del Siglo de oro. El breve diálogo en italiano entre Buttarelli y Miguel
es también un remedo de recursos parecidos de la comedia clásica, a la vez que
un intento de Zorrilla de darle un tono realista.
Una acumulación
de motivos románticos invade el drama:
1ª
parte: misterio inicial del héroe acompañado de elementos carnavalescos
(antifaces, máscaras, duelos, apuestas sobre vicios y crímenes...), el tiempo
con calidad dramática, la noche de luna y misterio en las calles sevillanas,
encarcelamientos, tapias de convento asaltadas, celdas de clausura mancilladas,
sacrilegio y rapto, un barco esperando en el Guadalquivir profundo y
enigmático, muertes a fuego y espada y huida veloz del héroe arrebatado por la
desesperación.
Todo
envuelto en movimiento, dinamismo y acción. Don Juan es una vorágine que
arrebata todo a su paso.
2ª
parte: se abre en el panteón de la familia Tenorio. Sepulcros, estatuas de
piedra, sauces llorones inclinados sobre las tumbas y cipreses en una noche de
luna plateada y gélida. Un Don Juan meditabundo entre tumbas sobrecogedoras,
sombras de ultratumba (Inés), la estatua animada del comendador y la invitación
temeraria. Banquete, brindis y euforia en casa de Don Juan seguidos de duelos y
muerte. Cena paródica en el sepulcro del Convidado de piedra (reloj, plato de
ceniza y copa de fuego), espectros, sudarios y sombras macabras. Campanas
fúnebres y cantos funerarios. Arrepentimiento y apoteosis final de amor. Dos
almas que ascienden al cielo al esclarecer el alba de un nuevo día que aterrará
a los sevillanos.
- Estructura
del drama.
Libertad
absoluta en la construcción del drama, lo que evidencia de nuevo su
romanticismo. La obra está dividida en dos partes:
1ª parte. Cuatro
actos.
—comedia de capa
y espada.
—historia del
libertino.
—despliegue de
acción y violencia en una increíble concentración de tiempo.
2ª parte. Tres
actos.
—drama religioso
—moralidad
propia del auto sacramental cuya culminación marca la salvación del pecador.
—ritmo más lento y meditabundo, en armonía con los
conflictos internos del héroe, que vacila entre realidad y delirio, y con el
misterio y suspense de su salvación. El reloj de arena desliza implacable los
granos de la vida, marca el ritmo y eleva la tensión.
—todo transcurre
en una noche de verano cinco años más tarde.
Los siete actos van encabezados con títulos efectistas que nos
previenen y ambientan.
El drama brota de la interacción de los personajes, que aparecen
aislados sin saber de dónde viene y en cuadros sucesivos. La técnica interna de
los actos sigue una serie de paralelismos y contrastes de personajes, temas y
situaciones que nos recuerdan a la comedia clásica. Esta construcción simétrica
domina sobre todo la primera parte, aunque en los actos finales de la segunda
parte, aparecen de nuevo situaciones paralelas.
También encontramos paralelismo de estilo: frecuentes
repeticiones de versos, palabras y expresiones de diálogos con el mismo tono y
rapidez. Esta construcción simétrica revela su intención de crear una obra con
la simplicidad del arte popular.
El paralelismo de acción y de estilo es un recurso técnico de
gran valor efectista, tensional y climático, dentro de la libertad estructural
del romanticismo.
Compuesto en verso encontramos todo tipo de estrofas:
redondillas, quintillas, romances, versos sueltos, octavillas. Ovillejos,
décimas, cuartetos. A excepción del romance, que prefiere la asonancia, las
demás combinaciones métricas llenan, con su rima consonante, de sonoridad el
drama, que nos muestra también ese afán de prosa que se fermenta en dicho
período.
Ya dijimos que el propio Zorrilla encontraba en su obra exceso
de “ripios y hojarasca” y que su poesía estaba vacía de contenido y emoción por
haber sido producto de su delirante imaginación, no brote espontáneo del
corazón. Para muchos críticos el drama es un muestrario de elementos externos y
efectistas que componen la sonoridad populachera de poesía primitiva:
encabalgamientos, repeticiones, ripios, todo al servicio de una rima y ritmo
enfáticos y rebuscados, propios de la poesía popular.
- La
salvación por el amor.
El Burlador de
Tirso de Molina es un ejemplo de moralidad ortodoxa que condena a Don Juan por
morir impenitente e incontrito: desperdicia el último grano de arena de su
reloj. Sus pecados son de irresponsable autosuficiencia y de desprecio por la
gracia, pecados contra el Espíritu Santo. En el drama de Tirso triunfa la
justicia divina.
Pero el Don Juan
de Zorrilla seguirá el camino de la contrición por el amor sincero a una mujer.
Los suyos no son pecados contra el Espíritu Santo, sino pecados “normales”,
calaveradas y bravuconadas juveniles motivadas por su vanagloria y estima
personal. Y será la infinita misericordia de Dios la que triunfe, esta vez, en
el drama zorrillesco.
Paradójicamente
es el “bueno”, el recto e intransigente, Don Gonzalo de Ulloa, quien va al
infierno por pecar de orgullo, odio y soberbia espirituales, víctima del frío
código de honor.
El autor, dado
el carácter religioso del drama (lo subtitula “drama religioso-fantástico”),
rodea a Don Juan de un marcado satanismo que desde el principio está en boca de
todos los personajes, y que se ve acentuado por su destreza, fuerza y valor
físicos, arrojo y temeridad con los muertos y su poder seductor en el terreno
del amor.
Inés es víctima
de este poder diabólico desde que le ve por primera vez a través de unas
celosías, y cuando despierta de su desmayo, se siente víctima de amuletos y
filtros infernales que la arrastran tras el libertino con la fuerza irresistible
de un amor que ella cree de Satanás. Y siente la tiranía de su pecado, el
haberse entregado al amor del libertino a despecho de su honor y obligación.
Pero reconoce la culpabilidad de su amor, que confirmará la sentencia divina
tras su muerte: su tumba será el purgatorio donde ha de esperar al asesino de
su padre, ya que por pertenecer tan fiel a su amor “satánico”, su salvación
quedará pendiente de la última decisión de Don Juan. Y finalmente el poder del
amor transformará en ángel al demonio que fue.
Los problemas
religiosos de Don Juan son primariamente dudas, no obstinación contra la fe: no
sabe si hay un reino más allá del terrenal. Y cuando la estatua del Comendador
le prueba la existencia de Dios y de una vida tras la muerte, primero blasfema,
y después entra en un estado de desesperación pues es imposible borrar treinta
años de crímenes y delitos en un momento. Pero antes de caer el último grano de
vida le ilumina la fe: “... si es verdad / que un punto de contrición / da a
un alma la salvación / de toda una eternidad, / yo, Santo Dios, creo en Ti: /
si es mi maldad inaudita, / tu piedad es infinita... / ¡Señor, ten piedad de
mí!” Y es Inés quien toma la mano que don Juan tiende al cielo, sosteniendo
así su fe: “Yo mi alma he dado por ti, / y Dios te otorga por mí / tu dudosa
salvación.”
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